Es inagotable, a todo punto, la cantidad de hechos verídicos que sucedieron durante el siglo XVI y que parecen sacados de una novela de aventuras. Por lo tanto no es de extrañar que el escenario caballeresco y romántico del Renacimiento nos sirva a tantos escritores como constante fuente de ideas. Hoy hablaremos de uno de estos hechos que se mueven por la difusa línea entre la Historia y la Leyenda; pero primero detengámonos un momento para explicar algunos antecedentes históricos, cuyo conocimiento es indispensable para poder juzgar con acierto este apasionante relato del Pastelero de Madrigal.
Rey Sebastián I de Portugal
En 1578 reinaba en Portugal don Sebastián I el deseado.  Era joven, audaz, aventurero, hambriento de gloria, y también un tanto envidioso por las conquistas de su tío carnal, el todopoderoso Felipe II de España.
Don Sebastián, ansioso también por coronarse con los laureles de la victoria, decidió llevar sus armas a Marruecos para luchar contra los jerifes que ostentaban el trono de la región. Inútiles fueron los intentos de toda la corte para que Sebastián abandonase el empeño de aquella conquista suicida. Él desoyó todos los consejos, levantó sus banderas y embarcó a sus huestes rumbo a África.
El rey don Sebastián estaba impaciente por arremeter contra los enemigos, por lo que se lanzó al ataque sin tener un plan sólido de campaña. Se encontró con el ejército del jerife Al-Malek el 4 de agosto, en la llanura de Alcazarquivir.
La batalla fue un desastre para los portugueses. La caballería mahometana los acometió por todas partes, rodeándolos y rompiendo sus escuadrones; el yatagán y la lanza de los moros no cesaron de matar. El rey don Sebastián y su escolta de caballeros protegieron el estandarte real hasta que todos ellos también cayeron. Todo estaba perdido. Quedaron muertos sobre el campo de batalla ocho mil hombres, entre ellos la flor y nata de la nobleza portuguesa. La noticia cubrió de luto a Portugal y espantó a Europa.
El desastre de Alcazarquivir
El desastre de Alcazarquivir
Pero el cadáver del rey Sebastián jamás apareció, por lo que comenzó a circular la idea de que todavía estaba vivo. El tema de la sucesión era muy grave, pues Sebastián no tenía hijos ni había hecho testamento, y muchos temían que el país se sumiera en una guerra civil. Finalmente, el trono recayó en Felipe II de España, quien añadió las colonias lusas a sus ya vastas posesiones, formando el imperio más grande de la edad moderna.
Años más tarde, fray Miguel de los Santos, un vicario agustino que había sido precisamente confesor de don Sebastián, conoce a un joven pastelero del pueblo de Madrigal, cerca de Toledo, el cual guarda un increíble parecido físico con el rey perdido. Es más o menos de la misma edad que tendría Sebastián y también pelirrojo, algo muy inusual en la época. Fray Miguel, entendiendo que aquello no puede ser otra cosa que una señal de la Providencia, idea un plan para llevar al pastelero Gabriel a Portugal y hacerlo pasar por el monarca desaparecido.
Aquí empieza una alambicada trama digna del más calenturiento folletín de aventuras. Un tercer personaje se une al complot. Se trata de doña María Ana de Austria, hija de don Juan de Austria, el célebre vencedor de Lepanto, la cual había sido enviada a un convento por su tío Felipe II. Sin embargo, no tiene vocación religiosa alguna. Como mucha gente, cree que Sebastián sigue vivo, y al ver a Gabriel de Espinosa enseguida se convence de que es él. Todo apunta a que María Ana se une al proyecto de fray Miguel para casarse con el retornado rey Sebastián, salir así del convento y cumplir su sueño de ser reina.
 
Representación romántica de fray Miguel, Gabriel y María Ana
Representación romántica de fray Miguel, Gabriel y María Ana
En 1594, Gabriel de Espinosa comienza a recibir secretamente las visitas de algunos nobles portugueses que le reconocen como su rey desaparecido. Las brumas de esta historia nunca han dejado claro si Gabriel de Espinosa fue educado por fray Miguel para comportarse como un aristócrata, pero parece lo más probable, pues cuando el joven fue presentado en sociedad, sabía montar a caballo, protocolo y hablar latín y francés.
En cuanto el asunto llega a oídos de Felipe II, ordena arrestar inmediatamente a Gabriel y a fray Miguel. Ambos son interrogados, y ahí es cuando el fraile revela que el extraño comportamiento del pastelero se debe a que en realidad es don Sebastián, el rey portugués desaparecido 15 años antes en África. Felipe no se lo cree, y como era de esperar, se instruye un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey.
Finalmente se sentencia a Gabriel Espinosa a morir en la horca el 1 de agosto de 1595; el fraile también acaba colgando de la soga, y María Ana encerrada en estricta clausura en un convento de Ávila. Así termina el caso archivado en Simancas con el nombre de “Proceso del Pastelero de Madrigal”, un episodio de por sí altamente novelesco que sin duda es uno de los más curiosos de la historiografía ibérica.