9 abr 2022

Texto completo del pregón de nuestra Semana Santa

 Pregón de la Semana Santa 

Asociación Cristo de las Injurias

Madrigal de las Altas Torres, 26 de marzo de 2022

Buenas tardes, debería haber estado aquí con vosotros hace dos años, afortunadamente hoy por fin ha sido posible.

Vengo a hablar y a pregonar a Jesús, 

al Vicario de Jesús -que es el Papa Francisco-, 

y a los Vicarios de Cristo 

que antiguamente eran los pobres

Querría en primer lugar dar las gracias a la Asociación Cristo de las Injurias por haberme invitado a estar aquí con vosotros. 

Es una gran alegría para mí participar en un acto tan precioso. 

Queridos madrigaleños, queridos amigos, 

vecinos de esta tierra noble de Castilla, que estos días 

-como en toda la cristiandad- 

celebra recogimiento del espíritu, 

a la meditación sobre Dios y el hombre a la que la Semana Santa nos propone.

Queridos Hermanos y Hermanas, 

gracias por vuestra invitación, 

gracias por acompañarme, 

y gracias por vuestra hospitalidad y cariño.

Para mí es un gran honor y una gran ilusión ser pregonero de la Semana Santa de Madrigal de las Altas Torres, 

localidad señorial de ilustre pasado histórico, cuna de Isabel primera de Castilla, Isabel La Católica.

Lugar de acogida y recogimiento.

Esto me recuerda a ese otro “hospital de campaña” del siglo XXI que es la iglesia de San Antón en Madrid. 

Un lugar de acogida y de oración donde sanamos las heridas del alma, 

acompañamos la soledad de las personas sin techo 

y mitigamos el dolor de estos mártires, 

que como dice el Papa: “son la verdadera carne de Cristo”.

Y es precisamente es estas fechas de Semana Santa cuando los cristianos evocamos la contemplación del amor de Dios 

que permite el sacrificio de su Hijo, 

el dolor de ver a Jesús crucificado, 

la esperanza de ver a Cristo que vuelve a la vida 

y el júbilo de su Resurrección.

Una Semana Santa, viva y vivida, 

que resiste el paso del tiempo porque ha sabido unir la tradición de una Fe con la modernidad 

donde es posible escuchar el silencio; 

donde la historia nos envuelve; 

y donde se puede disfrutar del entorno, 

de la gastronomía y de la tranquilidad. 

Una Semana Santa hecha por los fieles, 

por los creyentes, 

para conmemorar su salvación, 

y que precisamente por la Fe no se olvidan de los momentos de solidaridad y perdón.

Vengo a pregonar la Semana Santa, 

no vengo hacer un mitin, una conferencia, una homilía o charla, 

vengo a pregonar y hablar en voz alta, 

lo que de rodillas, en otros lugares, pienso y rezo. Vengo a decir que creo -que creemos- 

en Dios y en los hombres. 

Vengo a pregonar a Jesús hombre, 

a Dios que nació, vivió y murió por amarnos, 

por amar a la gente, 

por amar a todos, sin exclusión: a los pobres y a los ricos, a los justos y a los pecadores, 

y que quizá amó más a los pecadores, porque eran los que más le necesitaban. 

Por eso tenemos motivos para alegrarnos, 

estamos de fiesta, 

por eso Madrigal vivirá con pasión esta Semana Santa.

Vengo a predicar a un Jesús al que acusaban de ser de unos o de otros. 

Vengo a predicar a un Jesús que defendía con toda su alma y sus fuerzas a los que le perseguían. 

A un Jesús que predicó con valentía y con bondad que los hombres no podemos, ni debemos, pelearnos.

Le hicieron un juicio falso, y le condenaron a muerte, 

sin guardar ningunas garantías. 

Le condenaron, 

le mataron los dirigentes políticos y los sumos sacerdotes, no el pueblo, 

aunque le manipulasen para gritarle: “¡Crucificadle, crucificadle!”.

¿Por qué?... ¿qué hizo?… ¿qué mal provocó?

Jesús defendió a las mujeres maltratadas, 

dio de comer, 

curó enfermos, 

predicó el amor, 

dijo que todos somos hijos de Dios, no súbditos, ni propiedad de nadie. 

Dijo también que los bautizados y no bautizados somos todos hijos de Dios.

Y yo añado: “negros, blancos, orientales, los de Estados Unidos y los de Haití, los que tienen papeles y los sin papeles… ¡Todos somos hijos de Dios!

Jesús vino precisamente por ellos, 

y para ellos, 

para redimirnos a todos nosotros porque todos somos pecadores. 

Dio su vida, se encarnó, murió y resucitó. 

Por eso los cristianos, 

y especialmente los sacerdotes, 

debemos estar, trabajar y luchar cerca de los pecadores, 

porque para ellos es el mensaje del amor de Dios, 

no la prohibición; 

para ellos es el perdón, 

no el anatema, no la excomunión. 

Vengo a pregonar a un Jesús que predicó que un mundo mejor es posible, 

que dijo que lo más importante en el mundo es amar y dejarse amar, 

que vino a defender a los más desfavorecidos (los pobres), 

y a decir a los ricos que podrán entrar en el cielo si reparten lo que tienen. 

A Jesús, que dijo que no se puede avasallar al pueblo, que dijo cosas que no gustaban a los políticos, o a los sumos sacerdotes. 

A Jesús, que vino a predicar la justicia, la bondad, el perdón. 

Jesús, que vino a quitar los abusos, los esclavos,

Jesús, que nunca escribió encíclicas, o libros, pero que quiso abolir la pena de muerte,

A Jesús, que escribió en tierra, tirad la primera piedra,

Jesús, que lloró a los amigos,

Jesús que cantaba las cuarenta a unos y a otros,

Jesús, al que criticaban por decir lo que decía,

Jesús, que los desarma a todos diciendo:”al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”,

Jesús, al que le ponen en aprietos y le preguntan: ¿qué religión o qué corrientes son las mejores?

Pero Él contesta solamente: 

“ama, quiere, preocúpate del prójimo”.

De rodillas, y con humildad, 

invito a ver al Cristo humano y divino, 

al Cristo de todas las razas, políticas, religiosas, que llora y ríe, ama y perdona.

Madre ahí tienes a tu hijo,

Hijo ahí tienes a tu madre…

Madrigaleños, ahí tenéis a vuestra Madre,

Madre, aquí tienes a tus hijos

Vengo a pregonar la Pasión y la Muerte del Señor, 

en una hermosa tierra que ha sabido mantener sus tradiciones, 

lo mejor de lo que le enseñaron sus padres 

y los padres de sus padres 

y que se enfrenta al reto del futuro. 

Sé que amáis al Cristo del as Injurias, 

que cada día os da consuelo, 

y también os guía a vosotros en los laberintos de esta vida moderna nuestra. 

A él le he pedido por vosotros, 

para que os siga cuidando y protegiendo 

y para que conserve en vuestros corazones esa nobleza que adorna a los madrigaleños.

Y ante él, 

recuerdo a los muertos de los desastres naturales acaecidos en el mundo, 

y de los desastres humanos, 

como las guerras o los conflictos 

y en tantos y tantos lugares donde existen guerras olvidadas, más de treinta en el mundo, 

que no salen en ningún medio, 

que no las recuerda nadie, 

pero que siguen produciendo huérfanos, viudas dolor y miseria. 

Cuando la tragedia llama a nuestra puerta, y nadie contesta…

Antes de que la industria y la tecnología se apoderasen de nuestras ciudades, 

los mares eran las verdaderas autopistas del transporte y de la comunicación. 

Y entre los mares, 

ha destacado el mar Mediterráneo. 

Los pueblos y países que vivimos a la orilla del Mediterráneo somos uno mismo, 

a pesar del idioma, la bandera, o el partido que nos gobierne, 

porque tenemos una misma sensibilidad para vivir y para amar.

Las olas del mar unen, 

pero también separan y a veces, tristemente, son el sudario de los náufragos. 

Pero en el mar no sólo mueren los marineros o los pescadores, 

también el miedo, la guerra o la explotación humana nos han descubierto los nuevos náufragos del Siglo XXI, los que huyen de su tierra buscando el pan, 

o salvar su vida, 

son aquellos que creen que un mundo mejor es posible.

Son naufragios anunciados antes de zarpar, 

antes de embarcarse en colchonetas hinchables de juguete, 

o en chatarras flotantes por las que pagan con todo lo que tienen, 

y desgraciadamente muchas veces lo hacen con sus propias vidas.

¿Qué sería hoy de nosotros si hubiésemos puesto barreras a la lengua, 

a la cultura, a los números, a los sabores, 

a la ley, al alfabeto, 

o al mismo Evangelio que un día llegaron a nuestras costas desde esas mismas aguas? 

¿Qué será mañana de ellos, 

de los que sufren en la otra orilla? Y 

¿qué será de nuestra sociedad, 

de nuestras conciencias si seguimos impasibles ante esta tragedia?

Los refugiados, los migrantes llevan mucho, 

mucho tiempo 

ocupando las portadas de los telediarios, 

las charlas familiares, 

y una parte del corazón angustiado de muchos hombres y mujeres de bien.

Son personas que huyen de la muerte, 

son refugiados de guerra, 

con todos los derechos de asilo reconocidos por todos los tratados internaciones, 

y no se juegan su vida ni abandonan su patria por gusto 

sino porque las guerras les echan de sus casas y les arrebata sus vidas.  

Ante este drama 

la buena gente conmovida por la tragedia estalla y ofrece todo lo que está en su mano. 

Pero no nos engañemos, 

la sociedad civil no es lo suficientemente fuerte ni está lo bastante organizada para solucionar estos problemas tan graves. 

Son los gobiernos los únicos que pueden hacerlo, pero para ello deben hablar menos, 

discutir menos y remangarse, 

en lugar de esconder la cabeza bajo el ala en comisiones y cumbres tan fallidas como pomposas.

Me conmueve y me enorgullece la solidaridad social, 

que ha sido la mayor explosión social de Europa en toda su historia reciente, 

pero pienso que si los responsables que pueden tomar decisiones hiciesen todo lo que está en su mano 

y cumpliesen sus promesas electorales 

es muy probable que no hiciese falta la movilización social.

El Papa Francisco

en su hermosa encíclica “Laudato si” (Alabado seas) nos dice que “no somos Dios, que la tierra nos precede y nos ha sido dada, 

que debemos hacer un planeta habitable para la humanidad y para el resto de la creación”.

Y nos recuerda algo importantísimo: 

“que el ambiente natural y el humano se degradan juntos. 

El desarrollo sostenible no puede estar separado de la justicia social; 

la ecología ambiental ha de ser coherente con la ecología humana”.

La semana Santa es tiempo de renovación personal. 

De reflexionar sobre el comportamiento de uno mismo frente a los demás. 

De convertirnos en Apóstoles y seguir el ejemplo de Jesús.

¡Cuántos santos! 

Los que están en los altares…

y los que no subirán nunca a ellos, 

alguno de ellos conocí: 

Vicente Ferrer, del que tuve el privilegio de su amistad.

Ese gran Vicente Ferrer, 

que tiene mucho más de santo que el nombre, 

y que nos renovó el mensaje de amor y solidaridad con los pobres. 

Siempre admiré su Fe absoluta en la Divina Providencia.

La Madre Teresa 

que era la caridad personalizada en el amor a los demás.

Y el Papa Francisco 

que siempre nos habla de la esperanza, la misericordia y el perdón.

Y tú, y tú… 

que también tenéis vuestra propia santidad. 

Vosotros hacéis fiesta al recordar a vuestros santos, 

y también habéis convertido en fiesta la Semana Santa, haciendo de ella uno de vuestros orgullos, 

una forma de proclamar vuestra Fe, 

y de adaptar a la medida humana el gran misterio de la Salvación. 

¡Y hacéis bien en estrenar vestidos el Domingo de Ramos, 

en preparar comidas tradicionales, 

en vestir los hábitos nazarenos y en sacar,

bendecidos, 

los pasos a la calle y llenarlas de sentimiento con la música de las bandas y los tambores!

La Semana Santa es una fiesta compatible con la reflexión espiritual, 

con el sentido cristiano y con las vacaciones.

La Semana Santa, 

aunque es expresión de dolor y pasión, 

yo creo que debemos verla como la prueba máxima del Amor, 

del Amor de Cristo a los Hombres, 

de ese Cristo, indudablemente Dios, 

pero verdaderamente humano, 

que se hizo hombre, que vivió y murió por amor.

Porque todos los que participáis en la Semana Santa hacéis una labor muy importante, 

que es mantener un patrimonio material, 

pero también inmaterial, que nos identifica a todos, 

y que nos permite disfrutar viendo nuestras imágenes en la calle. 

Imágenes, 

una palabra que se repite con frecuencia durante la Semana Santa, 

sobre la que deberíamos pararnos a meditar, 

porque las imágenes que vemos sobre los pasos son figuras, 

representaciones de lo que sucedió.

Representaciones de la mayor entrega que un ser humano puede hacer, 

la de su vida en defensa de los demás.

Por eso, 

cuando las contemplemos dentro de unos días debemos ir más allá. 

Debemos recapacitar sobre la misión que Jesús tenía fijada 

y que cumplió a pesar del sufrimiento. 

Una misión que no debemos defraudar. 

Nos corresponde a nosotros seguir, 

cumpliendo el mandamiento nuevo que dio a sus discípulos tras la última cena: 

"amaos los unos a los otros, como Yo os he amado".

La Semana Santa es la fiesta del Amor, 

y yo creo que eso vosotros lo entendéis muy bien 

Sin el Amor, sin la Navidad o sin la Semana Santa 

no tendría sentido el nacimiento, ni la vida, ni la pasión de Cristo, 

como tampoco sin amor tiene sentido nuestra vida, 

ni nuestro sufrimiento, ni siquiera nuestras pasiones. No en vano la Iglesia consagró el Jueves Santo, como el Día del Amor Fraterno.

Quizá por eso 

en Semana Santa adquieren todo su protagonismo las cofradías y las hermandades. 

La palabra cofradía y la palabra hermandad significan lo mismo: 

la reunión de hermanos. 

Un lugar donde se comparte, se trabaja y se disfruta en comunión. 

Los cofrades son hermanos, y las cofradías son hermanas también unas de las otras. 

Por eso juntas, en unión, 

toman las calles de las ciudades y pueblos estos días. 

Las cofradías son como los Apóstoles, 

y Apóstoles son, pues, los cofrades, 

hombres que además de profesión y exaltación de su Fe, 

del mantenimiento del culto, y los actos de la Semana Santa, 

desarrollan también su obra social, 

a veces callada, 

pero que ayuda a muchas personas que tienen hambre y sed física, 

además de la espiritual, 

y eso es muy hermoso. 

Eso es de verdad pasión, 

eso de verdad es apostolado, 

y el espíritu evangélico.

La sensación que siempre he tenido cuando he venido a Castilla, 

es la de estar ante una región que tiene apego a lo suyo, 

que vive unida, 

donde la gente se quiere y donde uno se siente querido.

Vosotros los castellanos sois abiertos, tolerantes y habéis acogido a personas de todas las nacionalidades. Por aquí también pasó, 

ha pasado y está pasando la crisis, 

pero vosotros siempre habéis permanecido, 

queriendo y respetando a vuestra gente y a vuestro entorno, 

luchando por el día a día, 

por el futuro de vuestros hijos, 

ayudándoos mutuamente en el trabajo y en la vida.

A vosotros, 

los que estáis viviendo un doloroso y personal Vía Crucis, 

yo os vengo a decir, 

que tengáis fortaleza y Fe, no resignación. 

Que penséis en que cada año, tras la cruz, está la luz. 

Os vengo a traer la esperanza de aquel que humillaron, que azotaron y que mataron, 

y que después resucitó y volvió glorioso entre sus amigos, 

entre los suyos.

Os vengo a recordar que junto al hombre que sufría amarrado a la columna o clavado en el madero, 

estaba una Madre, 

que es también la nuestra, 

dándole su cariño, pidiendo por él, abrazando su cuerpo. 

También os vengo a traer el apoyo de la Iglesia en la que creo, 

la Iglesia del SÍ, 

no la Iglesia del No a todo.

Queridos amigos, 

recordad siempre que en María tenemos a la madre, 

a la intercesora, 

a la que escucha siempre porque siempre nos quiere, 

y especialmente quiere y vela por los que sufren, 

por los que le solicitan ayuda y amparo. 

Una madre coraje, como muchas de las que conocemos, como nuestras madres: 

La Madre de Dios, es la Madre Nuestra, 

especialmente en todas sus advocaciones de la Semana Santa.

Rezadle, 

pedidle socorro, 

pedidle fuerzas, 

pedidle protección y ella os responderá como sólo las madres saben hacerlo. 

No lo dudéis. 

Como tampoco debéis olvidar –luego- darle las gracias por las buenas cosas, 

por la ayuda.

En Mensajeros de la Paz decimos que “creemos en Dios y en los hombres”. 

Por eso yo os pido también que además de en Dios, creáis en los hombres 

y recurráis a esta Fe como consuelo para vuestra situación y 

sobre todo, 

como medio para salir de ella. 

Los de mi edad hemos conocido otros momentos peores. 

Tiempos de hambre y frío para todos, 

y de tristeza. 

También en otros países hemos conocido terribles situaciones, 

que luego se han superado.

En más de cinco décadas, dedicado a la labor social, 

he estado muy cerca del sufrimiento humano, 

en todas sus formas y manifestaciones, 

a lo largo de medio mundo. 

He conocido el fondo de la soledad, 

la miseria, la marginación, el odio, la destrucción, 

el más absoluto abandono. 

Pero también he tenido el privilegio de ver la grandeza del corazón humano.

Los que sabemos del dolor, sabemos también de la dicha y de felicidad. 

Y hemos visto muchas veces cómo el paso del llanto a la felicidad es posible gracias al amor, 

a la solidaridad y a la generosidad. 

Y mientras todo eso siga existiendo habrá una solución: vivirá la esperanza.

En ningún momento de la Historia, 

ni ayer, ni antes de ayer, ni hace siglos, 

hubo tanta solidaridad, 

tanta preocupación por mejorar las condiciones de vida de las personas 

y sobre todo de las más desfavorecidas. 

Hasta los países más poderosos están manifestando un interés real y un compromiso firme 

-e incluso firmado- 

para luchar contra la pobreza y los desequilibrios del mundo. 

Si en cada persona puede haber una ONG, 

en cada familia hay toda una federación de ONGs. 

Una de las fuentes de la solidaridad, 

yo diría 

la fuente natural de la solidaridad es la FAMILIA.

La familia es lo que siempre está cuando los demás te dan la espalda. 

Aunque no se haya sido una persona ejemplar, la familia siempre está allí para lo que haga falta, 

sin exigir perdón, ni pedir explicaciones. 

¡Bendita sea la familia!

Muchos os conocéis de toda la vida, 

lleváis los mismos apellidos, 

habéis jugado en la misma en la plaza y con el mismo balón, 

y juntos, 

también, lleváis vuestros pasos, como hermanos, 

en las procesiones de Semana Santa. 

Por eso os pido que os ayudéis como hermanos.

Igual que las celebraciones de la Semana Santa no podrían ser posibles sin el esfuerzo de todos, 

sin la unión de todos no lograremos la mejora de la situación. 

Yo apelo a ese esfuerzo común, 

a que este espíritu de hermandad que llena

- y hace- 

la Semana Santa, permanezca después de la Pascua…, que los que podáis, ayudéis a los que no pueden con su cruz, 

que en vuestra mesa haya siempre un plato más para el que lo tiene vacío, 

que en vuestros negocios haya otro puesto de trabajo para el que está en paro. 

Confiad en el otro, queredle.

Confiad y dad, 

porque lo que deis, os será devuelto con creces, 

porque lo que deis será muy necesario para otra persona o para otra familia. 

Quered a vuestros vecinos como hermanos vuestros que son. 

Esta Semana Santa, 

especialmente, 

yo quisiera que el amor fuera el centro de este pregón, 

como lo es en el centro de mi vida.

Queridos amigos, 

benditos sean vuestros pasos, 

pero este año, en las procesiones, 

haced un hueco, 

aunque sea simbólico, para el paso de la Virgen de los Parados, 

o dejad un sitio en las filas de vuestro espíritu para que también procesionen con vosotros otras cofradías que viven otros tormentos, 

como la Cofradía de los Nazarenos Sin Papeles, 

o la Hermandad de los Sin techo. 

Recordad ante todo que lo importante no son los pasos, ni siquiera los altares, 

sino el amor…, 

recordad la epístola de San Pablo: 

“Si no tengo amor, no tengo nada…” 

El Amor, con mayúsculas, es la prueba de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza.

“Hay que querer y dejarse querer…”

Creedme…, ése, es el secreto, 

esa es la auténtica felicidad, 

y es también la verdadera esencia del ser humano.

El Amor es mi mensaje en esta Semana Santa.

El amor a vuestra tierra, 

que es garantía de futuro y prosperidad, 

de desarrollo y justicia para la humanidad. 

El amor entre vosotros, 

que es garantía de convivencia, de paz y de felicidad. Pero también el amor a los demás, 

especialmente a los que sufren, 

–aunque estén lejos y no los conozcáis-, 

o a los muy cercanos, 

que viven al otro lado de nuestra pared y que también sufren.

Creo firmemente que el amor es la mejor y más eficiente arma que el Señor ha dado al hombre para cambiar las cosas, 

para hacer un mundo mejor. 

Por eso yo os digo: 

amaos, amaos mucho, amaos siempre, 

amaos en la presencia del Señor, 

porque si os amáis acertaréis a vivir siempre esa grande y hermosa vocación que es la de ser cristianos. 

Porque desde el amor, está la verdadera perspectiva de nuestra Fe.

Que Dios os dé fuerzas para ser felices en vuestro amor, 

y así vuestro hogar, vuestro trabajo, vuestra vida, vuestro pueblo, 

estará edificado sobre esa roca viva que es Cristo, 

que es el Amor.

Toda la vida es poca para amar. 

Toda la vida del hombre debe estar presidida por el amor. 

EL AMOR NOS UNE, nos hace hermanos, nos hace iguales.

El amor no es cuestión de actos heroicos, 

sino que está compuesto de pequeños y continuos detalles. 

Por eso una vez, y otra vez más, os digo, 

¡amaos, amaos, amaos…!

La Semana Santa, 

es también la semana del Amor, 

y no quiero meterme con el pobre San Valentín, 

que de un monje sencillo se ha convertido en icono comercial; 

yo os hablo ahora del amor de verdad, 

no del amor de cada 14 de febrero, o de cada 15 de julio… 

Si seguimos el Evangelio, 

vemos como Jesús nos habla siempre del amor, 

del amor del día a día. 

Sus obras, sus milagros eran de amor. 

Recordadlos: Jesús multiplicó los panes y los peces para alimentar a la muchedumbre, 

curó al niño enfermo ante la petición de la madre, rescató al amigo de las tinieblas de la muerte, 

perdonó a la prostituta arrepentida. 

Todo ello por amor, 

todo ello, amando.

Nuestra religión nace del amor, 

del Amor de Dios, 

como nosotros hemos nacido del amor de nuestros padres. 

Por ello me cuesta creer, 

que habiendo nacido del amor, hayamos nacido con pecado.

En esta Semana Santa dejadme predicar, 

aunque en este caso sería más propio decir: 

“dejadme pregonar…” 

al Jesús de la Paz y la Resurrección, 

el que se encarnó por amor, el que vivió amando, y el que muriendo, 

cada Semana Santa, 

pone el broche de oro al pacto de amor más maravilloso nunca jamás contado entre Dios y la Humanidad.

Un pacto de amor como el que muchos suscribimos una vez, 

y que debemos renovar cada día, 

que yo vengo haciendo desde hace más de 50 años como sacerdote, 

y que también hacen y deben hacer cada día los casados con sus esposas, 

los novios con sus parejas…

Yo hoy he venido a Pregonar un gran misterio acaecido en una semana, 

la semana más grande de la Historia, 

la más relevante para la humanidad. 

Cuatro días fueron suficientes a Jesús para salvar al hombre, y lo hizo entregándose por todos. 

Con sufrimiento, pero “con amor” y “por amor”.

Los cristianos cada año lo recordamos, 

pero a mí me gustaría que esta Semana Santa fuera más allá de la conmemoración. 

Además de creer en Dios, Él nos pide obrar conforme a nuestras creencias, 

completar con nuestras acciones su misión salvífica y salvadora.

No sólo a los sacerdotes, 

ni a los cooperantes, 

sino a todos Jesús salvó en una semana a la Humanidad, 

Creedme, de verdad, 

nosotros podemos -y debemos- salvar al mundo.

No hace falta que sea en 4 días, 

tenemos toda una vida, 

toda nuestra vida para hacerlo.

Podemos salvar al mundo del odio, de la pobreza, de la miseria, de la injusticia, y del dolor.

Podemos hacer un mundo mejor. 

Creo firmemente que es posible hacerlo, 

y que entre todos ya lo estamos haciendo.

En estos momentos todos estamos concienciados de que la vida es preciosa, 

que hay que vivirla con dignidad y ayudar a otros a poner dignidad en la suya; 

que la vida hay que disfrutarla y sobre todo, compartirla. 

¿Os imagináis un mundo en el que los que más saben enseñasen a los que menos saben?... 

¿en el que los que más tienen diesen a los que menos tienen?... 

esto parece una utopía, pero yo os aseguro que creo que puede y debe ser una realidad, 

porque UN MUNDO MEJOR Sí ES POSIBLE, 

y está en nuestras manos conseguirlo 

por dos motivos:

- Porque en el mundo hay recursos suficientes para alimentar, vestir y asistir a toda la población mundial

- Y porque hay adelantos médicos y científicos capaces de acabar con la enfermedad y el dolor.

Si de verdad se quiere, lo podemos hacer entre todos, es más, 

debemos hacerlo. 

Aunque sólo sea por puro egoísmo, 

o mirando hacia un futuro no tan lejano, 

por la propia supervivencia de nuestra especie.

Para ese cambio, 

el amor, el principal don de Dios, 

es el camino a seguir, 

y la participación de todos es la clave indispensable. El amor, 

que es algo tan grande que a veces se usan otras palabras para matizarlo cuando se habla del amor a los demás. 

Una de ellas, 

que se ha convertido casi en una “palabra mágica” en los últimos años es SOLIDARIDAD.

Cambiar el mundo, supone tomar una postura activa y realizar un compromiso personal. 

Mucha gente se acerca en algunas ocasiones para preguntarme: 

¿Qué puedo hacer yo para ayudar a los demás?, 

¿cómo puedo mitigar ese sufrimiento que veo a mi alrededor?

Yo les digo, muchas veces, que ya es bueno y positivo el hacerse esa pregunta.

Es el primer paso, 

la primera victoria contra la injusticia, 

el compartir el dolor de los demás, 

el sufrirlo como si fuera de uno. 

A veces no se puede hacer mucho más, 

pero esa impotencia no es una derrota, ni un fracaso.

Yo mismo, 

cuando he ido a ayudar a poblaciones que sufren guerras o catástrofes, 

con recursos, con equipamientos, con donaciones... llega un momento en que no puedo hacer más que rezar. 

Y cuando digo rezar, digo sentirse cerca de los que sufren, 

que nos duela en el alma su sufrimiento. 

Incluso eso es bueno, y alivia, 

a uno mismo y a los demás

Lo siguiente es actuar, 

dejarse llevar por el corazón, 

unirse con otros que sientan igual, 

en una asociación, como la vuestra, 

y como dice la Biblia, 

lo demás vendrá por añadidura.

Cuando uno llega a mi edad, 

o pasa por momentos en los que la vida se pone seria de verdad, 

uno comprende que lo único verdaderamente importante es el bien que se ha hecho. 

Es lo único que si llega la hora, 

“nuestra hora” 

podemos llevarnos debajo del brazo. 

Y mientras ese tiempo no llegue, 

es lo que de verdad gratifica y da felicidad.

He de deciros que me siento feliz 

porque después de toda una vida dedicada a los demás, es mucho más lo que recibo que lo que he dado o puedo dar.

“Amar y dejarse amar”...

Créanme, 

ése, es el secreto, 

ésa es la auténtica felicidad, 

y es también, la verdadera esencia del ser humano.

Queridos hermanos, 

pido a Dios que paséis una buena Semana Santa y una gozosa Pascua, 

y que el amor de Dios y de los hombres, os guíen y acompañen siempre.


¡Así sea, y que Dios os bendiga!


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