30 abr 2022

Isabel la Católica y su papel como madre: ¿preocupada por sus hijos o por la ambición política?

 

Isabel la Católica y su papel como madre: ¿preocupada por sus hijos o por la ambición política?

Muchas veces podemos caer en el error de pensar que Isabel antepuso su ambición política a su labor como madre a tenor de la política matrimonial que estableció con sus hijos



Mujer de fuerte carácter, rubia, de ojos claros, amante apasionada de su esposo y muy celosa. Inteligente, culta, con determinación, preocupada por los derechos de sus súbditos y que logró doblegar a la nobleza. Austera en sus costumbres, aunque muy dada a concederse todo el boato que fuese necesario por su condición de reina titular de la corona de Castilla. Isabel, Isabel de Castilla, Isabel de Trastámara, Isabel la Católica, probablemente la reina más importante de la modernidad, de la transición entre el mundo medieval y el moderno, el Quinientos. Y, además de todo eso, madre.

Es curioso cómo generalmente la historiografía se centra en analizar prácticamente todos los aspectos de la vida de los reyes. Pero pocos historiadores se han parado a buscar, para contarnos después, cómo era la vida privada y, en el caso de las mujeres, cómo fueron sus maternidades. Hoy, Día de la Madre, echaremos un vistazo a la reina de las reinas, Isabel de Castilla, en su faceta como madre. Isabel, es de sobra conocido, mantuvo abundante correspondencia y dejó un extenso testamento del que los historiadores podemos disfrutar con sumo deleite. Pareciera que la reina fue consciente de que su figura pasaría a los anales de la historia, como así fue.

Isabel no estaba destinada en un principio a reinar, lo que no impidió que matrimoniara bien. De hecho, sus esponsales con Fernando de Aragón sentaron las bases de la España moderna, de la España que comenzó una unificación. Primero, con las expulsión definitiva de los moros del reino nazarí de Granada en 1492; y finalmente (ya muerta ella, no así su esposo), con la anexión de Navarra en 1512. Los historiadores, salvo honrosísimas excepciones, como decíamos antes, han investigado poco, pero afortunadamente ha habido alguna (mujer, claro) que sí lo ha hecho. Nos guiaremos por el magnífico trabajo publicado por la excelente medievalista Maribel del Val. Sus investigaciones sobre la Católica se adentran en su vida privada, en su faceta como madre.


Pero vayamos al origen y recordemos para los profanos la figura de Isabel. Nació en Madrigal de las Altas Torres el 22 de abril de 1451 y falleció a la edad de 53 años (lo normal en su época) en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504. A pesar de no haber sido especialmente longeva, Isabel tuvo una vida prolífica y su labor como madre, unida de manera indisoluble a la política, fue de lo más fecunda. Tanto ella como su esposo se tomaron muy en serio que sus hijos iban a servir, a través de sus alianzas matrimoniales, para el proyecto titánico que tenían en mente y que lograron. Eso sí, ya en la figura de su nieto, el emperador Carlos.

Los hijos de los Reyes Católicos

Isabel no fue especialmente fecunda aunque sí tuvo suerte en los partos. Tuvo cuatro hijos, de los cuales tres fueron mujeres. Aunque en Castilla la sucesión recaía sobre el varón independientemente de si no era el primogénito, no existía la ley Sálica (hecho que veremos cuando, a su muerte, herede la corona su hija Juana). La primera de las hijas fue Isabel de Aragón (1485-1536), después llegaría el infante Juan (1478-1497), destinado a ser el heredero, algo que no se pudo llevar a cabo porque la muerte prematura se lo llevó con 19 años, dejando una atribulada reina Isabel. La siguiente en nacer tras Juan fue Juana (futura Juana de Castilla), a continuación María y, por último, Catalina.

Isabel, la primogénita, se casó con Manuel de Portugal, por lo que terminó siendo reina consorte del país luso. Juan se casó con Margarita de Austria (era el heredero y su matrimonio era una cuestión mucho más que de Estado), pero, como dijimos, falleció de tuberculosis de manera prematura. Juana se casó con Felipe, apodado el Hermoso, quien la hizo profundamente desgraciada, María se casó con el viudo de su hermana Isabel, Manuel de Portugal, y Catalina fue esposada primero con Arturo, príncipe de Gales y por lo tanto heredero a la corona inglesa.
Al fallecer este a los pocos meses de la boda, se casó (años más tarde) con el hermano de su esposo, Enrique VIII, un hombre que la hizo, también a ella, profundamente infeliz, además de humillarla ante toda la cristiandad anulando su matrimonio católico para casarse con su amante Ana Bolena y despojando a la hija en común, la futura María Tudor, de su título de princesa.

La vida privada de los reyes

A pesar de la austeridad de la corte castellana, los infantes vivieron una infancia conforme a su rango y tuvieron todo tipo de comodidades. Sabemos detalles como que Isabel no dio el pecho a sus hijos (había nodrizas), algo, por otra parte, muy normal en las reinas.

Isabel fue, a pesar de su trabajo como reina, una madre presente, que dio muchísima importancia a la formación cultural e intelectual de sus hijos. De todos. No podemos hablar de feminismo en esa época porque no ha lugar dicho concepto en ese contexto, pero desde luego que sí podemos afirmar que le dio una grandísima importancia a que sus hijas se formaran más allá de en las labores 'propias de su sexo'.
Intelectualidad y, por supuesto, religiosidad. Según la historiadora María del Val, “los niños se crían en la corte donde el ambiente en general está impregnado de religiosidad y cultura. Conocida es la inclinación isabelina hacia el saber, su curiosidad intelectual y su gusto por los libros. Por otra parte, su afición a la música y el baile explican el elevado número de músicos que la acompañan de manera estable en la corte, así como el grupo de danza integrado por portugueses que están con ella”. Nos cuenta la historiadora también que la propia reina, de la mano de Juan de Anchieta, introduce los nuevos gustos musicales renacentistas. Esto, que al lector puede parecerle poco interesante, en realidad lo es y tiene un valor enorme.
Es como si una reina cambiara la costumbre de la música barroca por la de los Beatles en una corte de los años sesenta del XX. Isabel demostraba una amplitud de miras poco común para la época, y mucho menos para la mujer.

Biblioteca amplia

Sabemos que la reina Isabel disfrutó recopilando lo mejor de autores clásicos y contemporáneos a ella, una biblioteca que, a buen seguro, usarían sus hijos. Obras de autores latinos como Terencio y Plinio, la Ética de Aristóteles, novelas de caballería. El conde Lucanor, Boccaccio, Petrarca…. En ese ambiente crecieron sus hijos.

La política matrimonial de los Reyes Católicos

Los historiadores no debemos jamás de dejar de repetir que la historia no es una disciplina moralizante, que no podemos juzgar nada con nuestros parámetros de pensamiento actuales porque si caemos en ese error no entenderemos nada. Isabel la Católica fue una mujer adelantada a su tiempo pero a la que no le temblaba la mano si tenía que firmar una pena de muerte.

Uno puede caer en la tentación de pensar que no fue una buena madre por elegir los cónyuges de sus hijos, pero no estaría valorando de qué tiempo estamos hablando. Para empezar, plantearse un matrimonio por amor en esa época es impensable. ¿Que pudo haberlos? Sí, pero no era la norma. Lo que sí pasaba muchas veces es que, con el tiempo, los esposos terminaban por quererse, como le pasó a la propia Isabel y a sus hijas Juana de Castilla y Catalina de Aragón. Isabel no solo era madre, sino que era reina. Y de una de las cortes más relevantes e importantes de la época. Sus hijos tenían la inmensa tarea de servir como alianzas con otros países y, en función de eso, se pactaron sus matrimonios Por lo tanto, Isabel no es que no fuera buena madre, sino que seguía los dictados de una soberana de su época y buscaba lo mejor para sus hijos.


Isabel, y también Fernando, querían a sus hijos, hacían vida con ellos, eran unos padres presentes y esto se puede ver, por ejemplo, con la siguiente anécdota. En 1483 tuvieron los Reyes Católicos que viajar a Galicia dejando a sus hijos al amparo del maestre de Calatrava, García López de Padilla, quien se los lleva a Almagro. A la vuelta del viaje, los reyes pasaron a recoger a sus hijos y se los llevaron con ellos a Córdoba, sede de la corte en ese momento ya que se estaba reconquistando Granada.

Los Reyes Católicos dispusieron de manera muy eficaz las alianzas de sus hijos. Juan (heredero) y Juana fueron destinados a establecer buenas relaciones con la casa de Borgoña y la de Austria, de manera que a él se le desposó con Margarita y a ella con Felipe de Habsburgo. Ambos, nietos del emperador Maximiliano I, archiduque de Austria, rey de Romanos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Hijo del emperador Federico III y Leonor de Avis, se casó en 1477 con la duquesa María de Borgoña, de quien enviudaría en 1482. Ella era heredera de la casa de Borgoña e hija única de Carlos el Temerario. Con estos antepasados, era lógico que la reina Isabel se fijara en esto.

A Catalina la casaron con Arturo, príncipe de Gales, aunque al morirse de forma prematura la unieron a Enrique, siguiente en la sucesión al trono. Hay que mirar, además de con las gafas de la época, con las de la estrategia política. Tener de aliado a Inglaterra era de gran valor. ¿Y qué mejor manera de lograrlo que casando a los hijos? Podemos caer en la tentación, ciertamente muy humana, de pensar que Isabel usó a sus hijos pensando en sus intereses, pero no es así. La mentalidad de esa época no contemplaba ni casarse por amor ni satisfacer los deseos de los hijos.


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Isabel la Católica y su papel como madre: ¿preocupada por sus hijos o por la ambición política?Muchas veces podemos caer en el error de pensar que Isabel antepuso su ambición política a su labor como madre a tenor de la política matrimonial que estableció con sus hijos

Isabel la Católica.

Por 

Gema Lendoiro

30/04/2022 - 05:00

Mujer de fuerte carácter, rubia, de ojos claros, amante apasionada de su esposo y muy celosa. Inteligente, culta, con determinación, preocupada por los derechos de sus súbditos y que logró doblegar a la nobleza. Austera en sus costumbres, aunque muy dada a concederse todo el boato que fuese necesario por su condición de reina titular de la corona de Castilla. Isabel, Isabel de Castilla, Isabel de Trastámara, Isabel la Católica, probablemente la reina más importante de la modernidad, de la transición entre el mundo medieval y el moderno, el Quinientos. Y, además de todo eso, madre.

Es curioso cómo generalmente la historiografía se centra en analizar prácticamente todos los aspectos de la vida de los reyes. Pero pocos historiadores se han parado a buscar, para contarnos después, cómo era la vida privada y, en el caso de las mujeres, cómo fueron sus maternidades. Hoy, Día de la Madre, echaremos un vistazo a la reina de las reinas, Isabel de Castilla, en su faceta como madre. Isabel, es de sobra conocido, mantuvo abundante correspondencia y dejó un extenso testamento del que los historiadores podemos disfrutar con sumo deleite. Pareciera que la reina fue consciente de que su figura pasaría a los anales de la historia, como así fue.

 

Isabel no estaba destinada en un principio a reinar, lo que no impidió que matrimoniara bien. De hecho, sus esponsales con Fernando de Aragón sentaron las bases de la España moderna, de la España que comenzó una unificación. Primero, con las expulsión definitiva de los moros del reino nazarí de Granada en 1492; y finalmente (ya muerta ella, no así su esposo), con la anexión de Navarra en 1512. Los historiadores, salvo honrosísimas excepciones, como decíamos antes, han investigado poco, pero afortunadamente ha habido alguna (mujer, claro) que sí lo ha hecho. Nos guiaremos por el magnífico trabajo publicado por la excelente medievalista Maribel del Val. Sus investigaciones sobre la Católica se adentran en su vida privada, en su faceta como madre.

Isabel I de Castilla, por Juan de Flandes.

Pero vayamos al origen y recordemos para los profanos la figura de Isabel. Nació en Madrigal de las Altas Torres el 22 de abril de 1451 y falleció a la edad de 53 años (lo normal en su época) en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504. A pesar de no haber sido especialmente longeva, Isabel tuvo una vida prolífica y su labor como madre, unida de manera indisoluble a la política, fue de lo más fecunda. Tanto ella como su esposo se tomaron muy en serio que sus hijos iban a servir, a través de sus alianzas matrimoniales, para el proyecto titánico que tenían en mente y que lograron. Eso sí, ya en la figura de su nieto, el emperador Carlos.

Los hijos de los Reyes Católicos

Isabel no fue especialmente fecunda aunque sí tuvo suerte en los partos. Tuvo cuatro hijos, de los cuales tres fueron mujeres. Aunque en Castilla la sucesión recaía sobre el varón independientemente de si no era el primogénito, no existía la ley Sálica (hecho que veremos cuando, a su muerte, herede la corona su hija Juana). La primera de las hijas fue Isabel de Aragón (1485-1536), después llegaría el infante Juan (1478-1497), destinado a ser el heredero, algo que no se pudo llevar a cabo porque la muerte prematura se lo llevó con 19 años, dejando una atribulada reina Isabel. La siguiente en nacer tras Juan fue Juana (futura Juana de Castilla), a continuación María y, por último, Catalina.

 

Isabel, la primogénita, se casó con Manuel de Portugal, por lo que terminó siendo reina consorte del país luso. Juan se casó con Margarita de Austria (era el heredero y su matrimonio era una cuestión mucho más que de Estado), pero, como dijimos, falleció de tuberculosis de manera prematura. Juana se casó con Felipe, apodado el Hermoso, quien la hizo profundamente desgraciada, María se casó con el viudo de su hermana Isabel, Manuel de Portugal, y Catalina fue esposada primero con Arturo, príncipe de Gales y por lo tanto heredero a la corona inglesa. Al fallecer este a los pocos meses de la boda, se casó (años más tarde) con el hermano de su esposo, Enrique VIII, un hombre que la hizo, también a ella, profundamente infeliz, además de humillarla ante toda la cristiandad anulando su matrimonio católico para casarse con su amante Ana Bolena y despojando a la hija en común, la futura María Tudor, de su título de princesa.

La vida privada de los reyes

A pesar de la austeridad de la corte castellana, los infantes vivieron una infancia conforme a su rango y tuvieron todo tipo de comodidades. Sabemos detalles como que Isabel no dio el pecho a sus hijos (había nodrizas), algo, por otra parte, muy normal en las reinas. Isabel fue, a pesar de su trabajo como reina, una madre presente, que dio muchísima importancia a la formación cultural e intelectual de sus hijos. De todos. No podemos hablar de feminismo en esa época porque no ha lugar dicho concepto en ese contexto, pero desde luego que sí podemos afirmar que le dio una grandísima importancia a que sus hijas se formaran más allá de en las labores 'propias de su sexo'.

Intelectualidad y, por supuesto, religiosidad. Según la historiadora María del Val, “los niños se crían en la corte donde el ambiente en general está impregnado de religiosidad y cultura. Conocida es la inclinación isabelina hacia el saber, su curiosidad intelectual y su gusto por los libros. Por otra parte, su afición a la música y el baile explican el elevado número de músicos que la acompañan de manera estable en la corte, así como el grupo de danza integrado por portugueses que están con ella”. Nos cuenta la historiadora también que la propia reina, de la mano de Juan de Anchieta, introduce los nuevos gustos musicales renacentistas. Esto, que al lector puede parecerle poco interesante, en realidad lo es y tiene un valor enorme. Es como si una reina cambiara la costumbre de la música barroca por la de los Beatles en una corte de los años sesenta del XX. Isabel demostraba una amplitud de miras poco común para la época, y mucho menos para la mujer.

Biblioteca amplia

Sabemos que la reina Isabel disfrutó recopilando lo mejor de autores clásicos y contemporáneos a ella, una biblioteca que, a buen seguro, usarían sus hijos. Obras de autores latinos como Terencio y Plinio, la Ética de Aristóteles, novelas de caballería. El conde Lucanor, Boccaccio, Petrarca…. En ese ambiente crecieron sus hijos.

La política matrimonial de los Reyes Católicos

Los historiadores no debemos jamás de dejar de repetir que la historia no es una disciplina moralizante, que no podemos juzgar nada con nuestros parámetros de pensamiento actuales porque si caemos en ese error no entenderemos nada. Isabel la Católica fue una mujer adelantada a su tiempo pero a la que no le temblaba la mano si tenía que firmar una pena de muerte.

Uno puede caer en la tentación de pensar que no fue una buena madre por elegir los cónyuges de sus hijos, pero no estaría valorando de qué tiempo estamos hablando. Para empezar, plantearse un matrimonio por amor en esa época es impensable. ¿Que pudo haberlos? Sí, pero no era la norma. Lo que sí pasaba muchas veces es que, con el tiempo, los esposos terminaban por quererse, como le pasó a la propia Isabel y a sus hijas Juana de Castilla y Catalina de Aragón. Isabel no solo era madre, sino que era reina. Y de una de las cortes más relevantes e importantes de la época. Sus hijos tenían la inmensa tarea de servir como alianzas con otros países y, en función de eso, se pactaron sus matrimonios Por lo tanto, Isabel no es que no fuera buena madre, sino que seguía los dictados de una soberana de su época y buscaba lo mejor para sus hijos.

Juana I de Castilla.

Isabel, y también Fernando, querían a sus hijos, hacían vida con ellos, eran unos padres presentes y esto se puede ver, por ejemplo, con la siguiente anécdota. En 1483 tuvieron los Reyes Católicos que viajar a Galicia dejando a sus hijos al amparo del maestre de Calatrava, García López de Padilla, quien se los lleva a Almagro. A la vuelta del viaje, los reyes pasaron a recoger a sus hijos y se los llevaron con ellos a Córdoba, sede de la corte en ese momento ya que se estaba reconquistando Granada.

 

Los Reyes Católicos dispusieron de manera muy eficaz las alianzas de sus hijos. Juan (heredero) y Juana fueron destinados a establecer buenas relaciones con la casa de Borgoña y la de Austria, de manera que a él se le desposó con Margarita y a ella con Felipe de Habsburgo. Ambos, nietos del emperador Maximiliano I, archiduque de Austria, rey de Romanos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Hijo del emperador Federico III y Leonor de Avis, se casó en 1477 con la duquesa María de Borgoña, de quien enviudaría en 1482. Ella era heredera de la casa de Borgoña e hija única de Carlos el Temerario. Con estos antepasados, era lógico que la reina Isabel se fijara en esto.

A Catalina la casaron con Arturo, príncipe de Gales, aunque al morirse de forma prematura la unieron a Enrique, siguiente en la sucesión al trono. Hay que mirar, además de con las gafas de la época, con las de la estrategia política. Tener de aliado a Inglaterra era de gran valor. ¿Y qué mejor manera de lograrlo que casando a los hijos? Podemos caer en la tentación, ciertamente muy humana, de pensar que Isabel usó a sus hijos pensando en sus intereses, pero no es así. La mentalidad de esa época no contemplaba ni casarse por amor ni satisfacer los deseos de los hijos. Pero es que, además, Isabel tenía una certeza sobre sí misma y era que su mandato era divino y que su legado debía continuar por lo que su obligación era casar a sus hijos y de esta manera conservar y ampliar su legado. Sin olvidar, por supuesto, la importancia de defensora de la fe cristiana que en esa época tenían de sí mismos.

 

Por lo tanto, sí podemos decir que fue una buena madre, preocupada por su educación, que quiso siempre lo mejor para ellos y cuyo espíritu de sacrificio fue más que evidente.

 

Gema Lendoiro es periodista y doctoranda en Historia Moderna por la Universidad de Navarra.


https://www.vanitatis.elconfidencial.com/casas-reales/2022-04-30/isabel-la-catolica-madre-ambicion-politica_3416675/




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