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5 feb 2022

La historia de los carros de labranza de Ávila

 

El Museo de Ávila acaba de estrenar un nuevo capítulo de la serie ‘Piezas de película’ dedicado, esta vez, a los ‘Carros pintados’. Los protagonistas del audiovisual son dos excepcionales carros de labranza fabricados en la localidad de Peñalba a mediados del siglo pasado por el carretero y herrero Gumersindo Gil, y pintados por Justo López.

Dichos carros se exhiben actualmente en el almacén visitable de Santo Tomé rodeados de verracos celtas y otras piezas arqueológicas, y aquí se convierten en verdaderos testimonios de antiguas formas de vida en el medio rural que ya no volverán.

De ambos ejemplares, uno, el más lujoso y caprichoso, hecho en 1954 para ostentación de su propietario y decorador del mismo, Justo López, procede de la donación de su hijo Justino López Jorge, también pintor, quien lo guardaba como una joya de coleccionista de coches antiguos. 

 

El otro, construido en 1947, ha sido donado por los herederos de José María Nieto Velayos, con el que, tirado por una pareja de mulas, su dueño recorrió los campos de Zorita de los Molinos y Pozanco hasta que fue sustituido por el tractor. El último trabajo de este carro fue la recreación de las faenas agrícolas realizadas en la Fiesta de la Trilla de Mingorría en 2006 y 2007, donde se le uncieron dos burros (aunque el carro es de mulas) para el acarreo de la mies.

 

El entrañable acto en el que se ha estrenado el documental,dirigido por el fotógrafo Ricardo Muñoz formando equipo con Jesús Campillo, Margarita Arribas y Mirian Blázquez, fue presentado por el director del Museo de Ávila Javier Jiménez Gadea. 

 

Carros de labranza en el Museo de Ávila

Contó, entre los asistentes, con los donantes de los carros: María Luz Hernández, esposa de Justino López, quien no pudo asistir; y los herederos José María Nieto, representados por sus hijas Viki, Charo y Lourdes, a las que acompañó el arqueólogo Javier González-Tablas, promotor de la cesión. 

También nos acompañó en el evento el último herrero de Bercial de Zapardiel, Edilberto Arenas Sáez (1939), quien ha donado todos los utensilios de su fragua, los mismos con los que se fabricaban los elementos de hierro de los carros. Y así mismo, estuvo presente el personal del Museo, siempre ocupado en el rescate, restauración y conservación de piezas de las colecciones que alberga.

 

Con todo, el Museo de Ávila se ha convertido en un lugar de reencuentro con la memoria de los hacedores de aquellas “maquinaria” agrícola fabricada por expertos artesanos de la madera y de la “ingeniería de la automoción”, también del arte decorativo popular puesto al servicio de los labradores, también de su lucimiento. 

 

Y hablamos de reencuentro porque hace más de veinte años que tuvimos la oportunidad de tratar con los hijos de los artífices de estas piezas de carretería que en su juventud trabajaron en su fabricación como ayudantes de sus padres. 

 

Entonces, en su ambiente campesino, trazamos una singular ruta siguiendo a los antiguos carreteros de Ávila por los pueblos de la ribera del Adaja (Rutas mágicas por los pueblos del Adaja, 2001). 

 

Carro de José María Nieto en Mingorría.

En aquellos años de principios de este siglo todavía vimos carros quietos e inactivos en Mingorría, Zorita, Gallegos de San Vicente, Brieva, Velayos, Vega de Santa María, Pozanco, Blascosancho, Gotarrendura, Las Berlanas, Monsalupe y Peñalba. También descubrimos carros que seguía en uso, tirados por vacas o por burros, en los pueblos de Gallegos de San Vicente y Brieva, don¬de aún se utilizaban en alguna faena agrícola por Damián Arroyo y Luis Pardo. 

 

Ahora, a propósito del audiovisual realizado por el Museo de Ávila, producido como medio de divulgación de sus fondos y como forma de profundicar en su conocimento, no está demás retomar aquella ruta carreteril que ideamos entonces para completar los valores museísticos de los carros de labranza. Lo mismo que hicimos cuando tratamos sobre los carros que se utilizaban para los enterramientos fúnebres en pueblos como Villatoro.

 

Y de la misma manera, que el Museo tiene entre sus actividades educativas y didácticas la celebración periódica de “talleres de carretería” para chicos y chicas de 6 a 14 años, en los que los escolares aprenden a fabricar y adornar su propio carro.

Contemplando los carros del Museo es fácil imaginar su trasiego por los caminos, escuchar el rechinar de las ruedas y el sonido de las campanillas de las caballerías marcaban el ritmo de bellas canciones de oficio con las que se distraían los arrieros y trajinantes en su deambular solitario. 


El chirrido era una de las señas de identidad con la que se caracterizaba cada carro, tanto que incluso se colocaban en los ejes de las ruedas unas arandelas de hie¬rro con el único fin de hacerlas sonar con el mismo movimien¬to del carro. 

 

Estos carros, característicos de la tierra cerealista de la Moraña, son de ruedas de radios con llanta de hierro o ferradas y una sola pértiga o timón. Entre ellos destacan los carros pintados característicos de la tierra llana, sobre los que uno se pregunta por los artífices de tanto arte. Sabemos entonces que la carretería era la actividad artesana que consistía en fabricar carros y aperos de labranza con los que se desarro¬llaban una parte importante de las faenas agrícolas. 

 

La historia y evolución de la fabricación de carros se remonta, a su vez, a la historia del transporte sobre ruedas. Y es que desde que a finales del cuarto milenio antes de Cristo fuera inventada la rueda, la ne¬cesidad de trasladar y desplazar cualquier objeto aprovechándose de discos giratorios de madera ha condicionado la forma que han adoptado los distintos carros y carretas que se conocen. 

 

Ciertamente, los carros han tenido una gran relevancia para la agricultura, tanto que se hizo in¬spensable en los trabajos del campo a partir de mediados del siglo XVIII. Por ello, destacaron los talleres de carretería como importantes centros de producción artesana, y el carretero o constructor de carros gozaba de un cierto prestigio entre la población, como hombre orgulloso de su oficio y cono¬edor de técnicas y saberes superiores a los conocimientos de los labradores, como escribe Alonso Ponga en su libro sobre carros. Siguiendo a este autor diremos que si, además, el carretero domina el arte de la fragua y la sierra, acaba siendo y haciéndose imprescindible. 

Pues bien, estas cualidades se daban en el carretero de Peñalba Gumersindo Gil, en cuyo taller estaban empleados también sus hijos Clementino y Epigmenio, de este último pudimos escuchar sus enseñanzas junto al bello carro que fabricó con su padre en 1947, el cual se conservaba en Zorita de los Molinos por su dueño José María Nieto hasta que ha sido donado al Museo de Ávila. 


Gumersindo había nacido en Villanueva del Aceral, después vivió en Constanzana y aprendió el oficio en un taller que había en Crespos, llegando a Peñalba de Ávila en los años veinte, donde ejercerá de carretero y de herrero que atendía la fragua del común. 

 

Otros talleres de la zona, estaban en Mingorría, situado en la antigua carretera de Ávila estaba regentado a principios de siglo por Casimiro Serrano, descendiente de una familia de carreteros de la vecina localidad de Velayos. 

 

A Casimiro le sucedió en el oficio Heliodoro Alfayate, quien llegó desde Riocabado donde su padre también tenía un taller de carros. 

 

En Velayos, Urbano Serrano aprendió el oficio de carretero en el taller que abrió su abuelo llegado de Madrigal de las Altas Torres. Urbano, junto con su hermano Catalino, regentó después el taller de su abuelo y con él trabajaban cinco artesanos de la madera y un herrero. Un segundo taller de construcción de carros en Velayos, cercano al anterior, y a cual más importante, era atendido por los hermanos Kaiser, Julián y Andrés; Julián, además, era el sacristán del pueblo, cargo que después fue heredado por su sobrino Leoncio. 

Completaban la actividad artesanal de la madera los carpinteros tío Trifón y tío Calixto. Además, llama la atención en este pueblo la existencia de una intere¬sante colección particular que formó Baltasar Monteagudo, compuesta por decenas de carros y numerosísimos aperos y útiles de labranza y otras antigüedades. Su propietario prestaba estos carros para el rodaje de películas y su peculiar museo sirve para ambientar una gran variedad de escenas cinematográficas. 

 

Otros talleres carreteros que destacaron por su importancia en La Moraña y Tierra de Aréva¬lo fueron los de Aveinte, Albornos, Flores de Avila y Adane¬ro. En esta última localidad fue famoso el taller de Jesús Cres¬po. Y sin salir de la provincia, en el Valle Amblés sobresalieron los talleres de Blacha y Villatoro, y en la comarca de Barco-Piedrahíta fueron relevantes los de Hoyos de Miguel Mu¬ñoz y La Aldehuela, entre otros, hasta que mediado el siglo XX la mecanización del campo pro¬vocó su cierre. 

 

Los carros que se fa¬bricaban eran de yugo, de varas y de vacas, o más simples y pequeños como carretas, dispues¬tos para ser tirados por caballos, mulas, vacas e incluso burros. Los carros eran utilizados para el transporte de la mies una vez segada en el campo hasta la era. 

 

El grano en¬sacado se llevaba des¬pués en carro hasta las paneras, y lo mismo ocu¬rre con la paja desde la era hasta el pajar. El carro se utilizaba también en las mudanzas familiares y portes de cualquier clase; con él se formaban las pla¬zas de toros durante las fies¬tas y era aprovechado por los mozos para rondar por las calles, mientras que en tiempos difíciles servían para hacer ba¬rricadas y parapetos como barrera defensiva. 

 

Los canteros, albañiles, cho¬colateros, fruteros y huertanos se aprovechaban de los carros agrícolas para el transporte de productos y materiales propios de su actividad, como también lo hacían los ayuntamientos en la ejecución de obras munici¬pales, o como dijimos como coches fúnebres.

          

La madera era la ma¬teria prima empleada en la fabricación de carros, y se obtenía de los ár¬boles de la zona, entre los que destacan el ne¬grillo o álamo negro, el pino, el fresno y la enci¬na. El hierro procedente de Bilbao se adquiría en Ávila y con él se forma¬ba el aro de las ruedas una vez moldeado en la fragua del taller, y tam¬bién se realizaban el eje de las ruedas y demás piezas de hierro. 

 

Finalmente, si el carro era de mulas, éste se decoraba y pintaba como un verdadero cuadro con multitud de motivos florales, marinos o figurativos por verdaderos artistas. Entre los pintores de carros hay que destacar el trabajo de Felipe Ve¬layos, vecino de Cardeñosa, y de su maestro Justo López, pin¬tor de Peñalba. 

Ambos apare¬cen como autores de la mayo¬ría de los carros pintados en la zona durante los años cuaren¬ta cincuentas, siendo buenos ejemplos de ello los carros que se exhiben en el Museo de Ávila. 








 

El hijo de Justo, Justino Ló¬pez Jorge, siguió la tradición paterna desempeñando tam-bién el oficio de pintor, y fruto de sus estudios de pintura y dibu¬jo fue la exposición de óleos que tuvo lugar en el Casino Abulense de la capital durante el mes de octubre de 2001.


https://avilared.com/art/60117/la-historia-de-los-carros-de-labranza-de-avila

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