Jesús Mª Sanchidrián
Domingo, 07 de Junio de 2020Reencuentro en Ávila con los hermanos Bécquer en su 150 aniversario
Retrato de Gustavo A. Bécquer. Grabado de Bartolomé Maura, 1874. Biblioteca Nacional.
"Ávila 2020, es también Ávila Bécquer en el año en el que se cumple el ciento cincuentaaniversario de la muerte de los hermanos Valeriano (1834-1870) y Gustavo Adolfo (1836-1870).
Con ellos, imagen y poesía se dan cita en Ávila en tiempos del posromanticismo o romanticismo tardío literario y artístico de la segunda mitad del siglo XIX.
En Ávila convivieron los Bécquer en el invierno de 1867-1868 en la posada del número 5 del Mercado Chico, en cuyo bajo estuvo el café Liceo y actualmente la pastelería Iselma, y aquí trenzaron enigmáticos intercambios entre pintura y prosa poética con muestras de plasticidad costumbrista, tipismo escenográfico, narrativa popular y teatrillo de cartón.
La literatura y el arte pictórico, recogidos de manifestaciones populares, se transforman en obras atrayentes para la memoria colectiva, tanto del pueblo como de la burguesía y la crítica literaria.
Y todo se produce en un ambiente creíble y misterioso de metempsicosis (reencarnación), como cuenta Gustavo en «Historia de una mariposa y de una araña» (“El Contemporáneo”, 23/01/1863).
Ávila honró hace sesenta años a los hermanos Bécquer colocando su nombre en el callejero situado al sur de la ciudad, a espaldas del teso del llamado hospital viejo, entre el caserío de viviendas sociales construidas en tiempos de desarrollismo urbano.
Y también hace cincuenta años que la ciudad de Ávila celebró el centenario de la muerte de los Bécquer en una conmemoración a la que se sumó la el poeta José María Gabriel y Galán (1870-1905) en el centenario de su nacimiento.
El acto homenaje tuvo lugar en la antigua Casa de Cultura (actual Biblioteca Pública) promovido entonces por la Institución Gran Duque de Alba.
Y Bécquer volvió a Ávila el 8 de marzo de 2014 en un hermoso espectáculo musical de la compañía lírica “Dolores Marco” y la actuación de la Coral Camerata Abulense que puso en escena las “Leyendas de Bécquer”.
Ahora, 150 años después, propiciamos el reencuentro con tan relevantes figuras en la cultura abulense.
Para la conmemoración y efemérides que nos ocupa buceamos en los escritos y artículos de Gustavo A. Bécquer y en las pinturas y dibujos de Valeriano; en los recuerdos de Julia Bécquer, hija de Valeriano; en las revistas ilustradas que divulgaron sus obras abulenses; y en los personajes del entorno Bécquer relacionados con Ávila.
Con todo, partimos de un singular “corpus” literario y artístico becqueriano con vocación identitaria de las gentes de Ávila.
Y en este acercamiento a Bécquer se combinan aspectos biográficos con otros de crítica retórica y pictórica, dando cabida a las tradiciones populares y acontecimientos históricos, donde también se cuelan personajes como la reina Isabel de Castilla, la santa de Ávila Teresa de Jesús o el religioso agustino Fray Luis de León, entre otros cercanos a nuestra realidad.
Valeriano y Gustavo nacieron en 1834 y 1836, respectivamente, en Sevilla, hijos de Joaquina Bastida y José Domínguez Bécquer, un consagrado pintor costumbrista.
En unos años, los dos hermanos, más otros cinco, se quedaron huérfanos de padre (1842) y madre (1847), siendo criados por unas tías.
Y es en Sevilla, donde Valeriano aprende a pintar en el taller de su tío Joaquín con excelentes resultados, mientras que Gustavo, también con dotes artísticas, se inclina por la poesía influenciado por Zorrilla y Horacio.
En 1854 Gustavo se afinca en Madrid con visitas temporales de su hermano Valeriano, quien se establece definitivamente aquí diez años después, siendo en la década de 1860 cuando se produce el auge de las producciones poéticas y artísticas de los hermanos Bécquer.
En este tiempo, ambos hermanos contraen matrimonio y nacen sus respectivos hijos, a la vez que la vida familiar se frustra con penosas separaciones conyugales que provocan situaciones de desventura e infortunio, y a la vez de creatividad.
En los primeros tiempos madrileños Gustavo publica un poema dedicado al laureado poeta nacional Manuel Quintana (1855), amigo el escritor liberal abulense Eugenio de Tapia.
También ejerce como periodista en variadas y efímeras publicaciones, donde escribe crítica literaria, musical, teatral y costumbrista, a la vez que publica sus primeros versos e incluso estrena en una comedia en el Teatro de la Zarzuela.
Gustavo ya es poesía pura, y advierte:
“podrá no haber poetas; pero siempre/ habrá poesía” (Rima IV).
Más aún, Azorín añade con envidia, Bécquer es el símbolo de la poesía (“La Voluntad”, 1902).
Y como buen narrador, Gustavo A. Bécquer dirige y escribe la edición de la ambiciosa obra “Historia de los templos de España” (1857) junto con Juan de la Puerta Vizcaíno, de la que solo se publicó el primer volumen dedicado a Toledo.
Bécquer, metido entonces a historiador del arte, a propósito de las causas y origen del monasterio toledano de San Juan de los Reyes,
“un edificio monumental y una fuente de poesía que habla a la inteligencia que razona, al arte que estudia y al espíritu que crea”.
Gustavo reseña entonces la historia de Ávila que pasa por la historia de Castilla durante el reinado de Isabel la Católica, a quien retrató su tío Joaquín, y siguiendo en todo al cronista abulense Gil González Dávila y su obra “Teatro eclesiástico” (1647).
Ávila se siente aquí protagonista en el relato becqueriano donde figura Madrigal de las Altas Torres, cuna y hogar de la futura reina; Ávila, escenario de la llamada “Farsa de Ávila” (1465), donde es derrocado en efigie el rey Enrique IV de Castilla y se proclama rey al infante don Alonso, quien luego muere envenenado en Cardeñosa; y la venta de los Toros de Guisando de El Tiemblo, donde se firma el pacto que declara a Isabel princesa heredera al trono (1468).
Igualmente, escribe Bécquer, que hubo una guerra de sucesión al trono que terminó con la proclamación de la reina Isabel victoriosa en la Batalla de Toro en 1474, lo que motivó la fundación del templo conventual, de cuya construcción se encargó el arquitecto Juan Guas, quien también intervino en la nueva portada oeste de catedral de Ávila y en el castillo de la localidad abulense de Mombeltrán.
Aunque la “Historia de los templos de España” quedó sin terminar, Bécquer se consolida en Madrid como periodista y director del periódico “El Contemporáneo”, donde publica por entregas “Cartas a una mujer” y sienta la base de su razón poética:
“¿Qué es poesía? - me dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul; ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... ¡eres tú!” (“El Contemporáneo”, 20/12/1860).
También en este periódico, publica varias de sus “Leyendas”, relatos y las cartas “Desde mi celda”.
Y en el mismo periódico, Bécquer escribe la crónica de la inauguración de la línea del Ferrocarril del Norte, donde Ávila “aparece casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, antigua ciudad patria de santa Teresa” (“El Contemporáneo”, 21/08/1864).
En las crónicas siguientes, Bécquer se ocupa de la vida de la alta sociedad asistente a los bailes festivos de los salones de Madrid, y en ellas nos asaltan los apellidos de la aristocracia abulense de los Álvarez de Toledo, Tamames, Superunda, Medinaceli y Novaliches. Linajes éstos que nos llevan a sus posesiones palaciegas en Ávila que guardan avezados administradores (“El Contemporáneo”, 2 y 9/09/1864).
Por otra parte, las crónicas artísticas y la crítica pictórica fueron otras de las facetas tratadas con interés por Gustavo A. Bécquer en “El Contemporáneo”, como testimonian los reportajes dedicados a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862:
“El color es el encanto, es la armonía, es, por decirlo así, la música del cuadro”.
El prestigio entre los jóvenes pintores le valió a Bécquer su designación como miembro del Jurado, junto al escultor nacido en Ávila José Bellver, de la Exposición Nacional de 1866, exhibida al año siguiente.
Exposición ésta en la que Ávila estuvo presente compartiendo la mirada becqueriana en una vista de Ávila de Ceferino Araujo Sánchez, natural de Santander; en la “Presentación del Príncipe Alfonso en los muros de Ávila de los Caballeros” de Vicente Izquierdo, de Segorbe (Valencia); y en otra vista general de Ávila de Antonio Bernardino Sánchez, médico y profesor de dibujo de la escuela municipal abulense.
Siguiendo la mirada de los Bécquer puesta en la representación artística y poética de Ávila, observamos que el color y la riqueza plástica de sus tradiciones propició que figurara en el peregrinaje de Gustavo y Valeriano por varias provincias españolas.
Para este viaje, Valeriano es pensionado por el ministro de Fomento Alcalá Galiano con el propósito de pintar las costumbres y tipos más característicos de los pueblos de España.
Al mismo tiempo, Gustavo empieza a colaborar en la revista ilustrada de arte, literatura y ciencia “El Museo Universal”, publicación que también dirigirá y en la que se van insertando los dibujos costumbristas que hace Valeriano aderezados con cometarios suyos (“El Museo Universal”, 11/06/1865).
Y después de pintar a las gentes de Aragón y Soria, así como de dibujar otras tantas escenas populares de los más variados lugares, Valeriano Bécquer llega a Ávila al final del verano de 1867con sus hijos Alfredo y Julia, de siete y nueve años.
En el nuevo hospedaje de la plaza del Mercado Chico, colindante con la escuela municipal de dibujo que dirigía el médico y pintor Bernardino Sánchez, recibieron excelente trato y Valeriano era apreciado por la dedicación a su arte y al cuidado de sus hijos de corta edad.
De la estancia de los Bécquer en Ávila nos dejó entrañables recuerdos la entonces niña Julia Bécquer (“Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo”, nº 33, Madrid, 1932).
Por ella sabemos de los fríos inviernos abulenses; de su asistencia al colegio de la calle de la Rúa y de las atenciones de la maestra doña Florencia; de la laboriosidad creativa de su padre Valeriano; del teatrillo con el que les entretenía su tío Gustavo en navidades; de la cena espléndida de nochebuena; del trato amable de las monjas de las Gordillas; y del recorrido por los pueblos abulenses a lomos de una mula y abrigados con una capa con capucha, como la que lucían los campesinos sorianos, que causaba sorpresa y algarabía entre la muchachería.
En este tiempo, Valeriano Bécquer realiza tres cuadros fechados en 1867 que entrega al Ministerio de Fomento que actualmente guarda el Museo del Prado.
Y también hace numerosos dibujos, los cuales se conocen a través las revistas ilustradas donde se publican, tales como “El Museo Universal”, “La Ilustración de Madrid”, y “La Ilustración Española y Americana”, entre otras. En ellas se divulgaron a partir de 1867, y aún de forma repetida, “La novicia” y “El locutorio” del convento de Las Gordillas; “Los quintos de Ávila”, “Pórtico de la basílica de San Vicente”, “La romería de Sonsoles”, “La bendición de la comida”, “Labradoras del Valle Amblés”, “A la feria de Ávila”, “El tamborilero de aldea” y “Baile en una taberna”.
Sobre la riqueza plástica de estos dibujos y la importancia de los motivos populares que tratan, Gustavo Adolfo Bécquer hizo una apuesta decidida en las revistas que dirigió, lo que manifestó de forma reiterada defendiendo su autenticidad artística frente a la fotografía que empezaba entonces a despuntar.
Así mismo, la prosa poética de Gustavo adornaba los dibujos de Valeriano, y en esta línea, escribe sobre el grabado dedicado a la fiesta de los quintos de Ávila:
«Bien sea por hacer alarde y gala de una conformidad que no siempre es verdadera, bien sea debido a nuestro carácter especial, el quinto ha de mostrarse no solo resignado, sino alegre, y de ahí el espectáculo singular que después de cada sorteo se ve en las calles de las poblaciones de España» (“El Museo Universal”, 17/11/1867).
Meses después, la revista publica el grabado de Valeriano de la portada de San Vicente con mendigos a la entrada del templo señalando que “la ciudad de Santa Teresa ofrece con sus históricos palacios, sus muros coronados de almenas y sus basílicas, prodigio del arte” (El Museo Universal, 4/04/1868).
En cuanto a los cuadros de Valeriano pintados durante su estancia en Ávila, éstos son: “Romería de Sonsoles” o “La Fuente de la ermita”, cuyos personajes lucen trajes típicos de fiesta, coloristas y atractivos, que beben agua en la fuente situada frente al santuario; “El escuadro”, que representa al aldeano que marcha al frente de la procesión de la virgen, a modo de escuadra, como abanderado, con una banda que le cruza el pecho y que ahora está descansando en la taberna existente en el recinto mariano; y “La huevera”, o vendedora de huevos que luce sombrero de paño con una cinta azul, manteos y medias oscuras con zapatos bordados en rojo; todos ellos inspirados en los romeros de la Virgen de Sonsoles, abulenses y aldeanos del Valle Amblés que se dan cita el mes de octubre.
Los cuadros fueron expuestos en el ministerio de Fomento durante el mes de febrero de 1868 respondiendo a “la idea de conservar en el Museo Nacional un recuerdo de nuestros trajes y costumbres, muy oportuna siempre, y sobre todo en este momento en que comienzan a desaparecer” (El Imparcial, 8/02/1868).
Por su parte, Gustavo, al mismo tiempo que concluye la “introducción sinfónica” de sus rimas, vuelve a reivindicar el estudio de la diversidad de nuestras costumbres populares como expresión del espíritu y género de vida de los pueblos, añadiendo sobre ello que la romería de Sonsoles dibujada y pintada por su hermano es uno de los mejores ejemplos que deben conocerse (El Museo Universal, 25/10/1868).
Tiempo después, la fatalidad hizo que un incendio ocurrido el 10 de marzo de 1872 en el edificio ministerial destruyera parte del cuadro de la “Romería de Sonsoles”.
En la restauración de la pintura se eliminó el fondo festivo, el cual se conserva en el dibujo que había hecho Valeriano (El Museo Universal, 25/10/1868).
Además, es reseñable que del cuadro restaurado Juan Antonio Camacho hizo una copia perfecta depositada en el Museo del Prado.
Por su parte, Bartolomé Maura y Muntaner realiza un grabado en la Calcografía Nacional de cuadro de Valeriano “El escuadro” o “Tipo del Valle Amblés de Ávila” que publica en la revista artística “El grabador al agua fuerte” (1874), a la vez que también graba el retrato de Gustavo que había realizado Valeriano en 1862.
La situación de bonanza creativa y económica de los hermanos Bécquer se interrumpe con la revolución de septiembre de 1868, la cual acaba con el reinado de Isabel II y el exilio a Francia de su protector el ministro González Bravo.
Al año siguiente y después de pasar por Toledo, los hermanos Bécquer y sus hijos se establecen de nuevo en Madrid donde empiezan a gestar la publicación de una nueva publicación: “La Ilustración de Madrid”, una revista de política, ciencia, arte y literatura.
El primer número de la revista quincenal que edita Eduardo Gasset y Artime aparece el 12 de enero de 1870, siendo su director literario Gustavo A. Bécquer, a quien acompañan Valeriano (dibujante), Bernardo Rico (grabador), José Vallejo (director artístico), Isidoro Fernández (redactor), y Amador de los Ríos (colaborador), además de otros intelectuales y artistas.
Entre las cuidadas páginas de promoción artística de “La Ilustración de Madrid”, resaltamos los espacios dedicados a Ávila, la ciudad, sus gentes o sus personajes históricos. En ellas observamos que Gustavo retoma la constante de que “el estudio de las costumbres populares de un país ofrece grande interés a las personas ilustradas”.
Una idea ésta en la que coincide con José Somoza, prosista poético de Piedrahita que ya escribió sobre usos y trajes en el “Semanario Pintoresco” (14/05/1837), a la par que lo hacía el dramaturgo abulense Eugenio Tapia y que Francisco de Paula Van Halen dibujaba tipos “avileses”.
En este sentido, Bécquer llama la atención sobre el valor artístico del atavío de las labradoras del valle Ambles que dibuja Valeriano, “labradoras avilesas que huelen a tomillo y mejorana”, según comenta al dibujo de Valeriano (“La Ilustración de Madrid”, 12/02/1870), dibujo éste que será reproducido en 1872 en una colorista litografía por José Luis Pellicer.
Por otra parte, la crónica artística tiene en la escultura otro de los motivos de los que se ocupa Bécquer en la revista que dirige. Aquí encontramos la huella de Ávila en la escultura de la santa abulense Teresa de Jesús proyectada para el marqués de Portugalete por Elías Martín, la cual es descrita por Gustavo en su solitaria celda, reclinada en el monástico sitial, quemando las alas de su alma en el fuego del amor divino, y disponiendo su cuerpo para ascender completa y libremente al dichoso lugar de sus visiones celestiales (La Ilustración de Madrid, 27/03/1870).
Igualmente, la revista reproduce la escultura de Nicasio Sevilla esculpida en Salamanca en honor de Fray Luis de León, el teólogo e “inimitable poeta”, dice Gustavo, que murió en Madrigal de las Altas Torres (La Ilustración de Madrid, 27/05/1870).
Finalmente, es reseñable la figura del escultor José Bellver y Collazos, nacido en Ávila, miembro de la reconocida familia de los escultores valencianos Francisco, Mariano, Ramón y Ricardo Bellver, y a quien Bécquer califica como “escultor de mérito y talento artístico” (La Ilustración de Madrid, 2/03 y 6/06/1870).
Y sin salir de las páginas de la “La Ilustración de Madrid”, nos reencontramos con Felipe González Vallarino, amigo de Bécquer con quien dirigió en 1862 “La Gaceta literaria”, cuñado del cronista de Ávila Manuel Foronda, y futuro propietario del Monasterio de Guisando; con el historiador Amador de los Ríos, comentarista de los grabados abulenses publicados en la colección “Monumentos arquitectónicos de España” y del reconocimiento de la Academia de la Historia al jurisconsulto de Arévalo Alfonso de Montalvo; con el poeta José Zorrilla, inspirador de juventud de la poesía de Bécquer y autor de teatral de obras sobre singulares personajes abulenses como le Pastelero de Madrigal y el Alcalde Ronquillo, así como de un poema dedicado a Ávila; con el propio Alcalde Ronquillo, natural de Aldeaseca de Arévalo, a quien cita Bécquer en un artículo dedicado a la figura del alcalde de pueblo; con el actor Julián Romea, protagonista de la obra del arevalense Eulogio Florentino Sanz “Don Francisco Quevedo” y del drama de Zorrilla “Traidor inconfeso y mártir”, sobre el Pastelero de Madrigal; con el pintor Martín Rico acuarelista en Las Navas del Marqués, quien dibuja para Gustavo a su muerte; con el grabador Bernardo Rico, autor de una docena de grabados de Ávila por dibujos de Valeriano, Comba, Sampietro y Campuzano, y clichés de Laurent; con el ministro y diputado por Ávila Manuel Silvela, admirador de Bécquer y primer contribuyente madrileño a la publicación de sus obras completas; y, finalmente, con la fotografía de Jean Laurent, autor de los clichés de dibujos y pinturas de Valeriano, y de numerosos motivos abulenses.
La muerte sorprendió a los hermanos Bécquer en 1870, de cuyo momento recordamos al poeta en su “introducción sinfónica” del Libro de los Gorriones: “Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido”.
Después del fallecimiento de Gustavo y Valeriano, quienes “murieron de muerte”, las obras de ambos adquieren una fama póstuma inusitada.
Así, se publica un nuevo dibujo de Valeriano titulado “La bendición de la comida”, donde “se compone con verdad y espontaneidad una escena familiar de una casa humilde de labradores, tomada del natural en uno de los pueblos de Ávila que visitan los Bécquer” (“La Ilustración de Madrid”, 9/09/1871).
Y el resto de dibujos se vuelven a reproducir en las páginas de “La Ilustración Española y Americana”, “La Ilustración Católica”, “El Bazar, revista ilustrada” y “El Globo, diario ilustrado”.
Entre ellos, aparecen por primera vez los titulados “A la feria de Ávila”, que “tomado de la misma realidad ofrece detalles de primer orden y un conjunto verdaderamente en armonía con el tema de la composición”, y “El tamborilero de aldea”, personaje indispensable en las fiestas populares (“La Ilustración Española, 16/05/1872 y 1/01/1874).
Finalmente, la publicación de las obras completas de Bécquer a partir de 1870 convertirá al poeta en un referente literario de la contemporaneidad, dicen Juan Ramón Jiménez y Dámaso Alonso, a quienes siguen Luis Cernuda, su discípulo más sobresaliente, y Blas de Otero, quien es sombra del más trágico Bécquer. A dicha popularidad también contribuyen los homenajes a los hermanos Bécquer, como el que hizo “La Ilustración Artística” (27/12/1886), o el que se produjo con motivo del traslado de sus restos a Sevilla en 1913.
Antes de todo, el poeta prebecqueriano de Arévalo, Eulogio Florentino Sanz, intérprete de la poesía de Heine inspiradora de Gustavo, amigo personal suyo y compañero de tertulia en el Café Suizo, donde le devolvió de memoria el romancillo de “la soledad de los muertos”, no dejó de recitar las Rimas en los círculos literarios madrileños, dedicándole las mejores alabanzas literarias y convirtiéndose en uno de los primeros forjadores de la fama de Bécquer.
en litografía coloreada por José Luis
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