CULTURA
Otra de las muchas víctimas del coronavirus
Goyi Fraile, la poetisa que cantaba al amor
Dirigió el Taller Literario durante muchos años y su labor fue esencial. Gracias a ella, se organizaron recitales y los amantes de la literatura tuvimos la oportunidad de reunirnos cada viernes para hablar de poesía. Goyi vivía el taller y lo mantuvo hasta que su salud se lo impidió. Y ha seguido escribiendo poesía hasta que las fuerzas la han abandonado. Yo tuve el privilegio de escribir el prólogo de su único y bello libro DE ROSAS Y DE ESPINAS, cuya portada era también una de mis pinturas al óleo. Recordarla es obligado. Ella se sentiría muy agradecida de nuestro pequeño homenaje
Vivimos momentos difíciles, todo a nuestro alrededor nos parece frágil. Y mientras el dolor nos lastima, crece la ternura, la solidaridad, el coraje de quienes arriesgan su vida al frente de esta dura batalla o trabajan para que no nos falte de nada. Y entre la adversidad, la poesía nos alivia y nos devuelve la fe.
Creo que las energías se cruzan, que existe la magia...
Hace unos días, el diario La Comarca de Puertollano publicaba un artículo que escribí dedicado a María Luisa Menchón, una de nuestras poetisas puertollanenses, donde aparecía Goyi. Y hoy me llega la noticia del fallecimiento de Goyi Fraile, amiga entrañable de María Luisa. Ambas compartían versos y tertulias poéticas en el Taller Literario de la Universidad Popular, del que yo era miembro activo. Un taller coordinado y dirigido por Goyi Fraile.
A esta mujer, la poetisa del amor, otra de las muchas víctimas del coronavirus, recordaremos desde estas páginas. Goyi quedará en la memoria de quienes la conocimos. La fuerza y todo el amor que emana de sus poemas nos anima a seguir soñando... que al final saldrá un nuevo arco iris.
Para Goyi, que tanto me aportó, escribí para la Revista Literaria Alforja de Estaribel estas palabras en forma de cuento, palabras que comparto con todos los lectores.
Pues señor, era esta una mujer nacida en Madrigal de las Altas Torres, en tierras de Isabel la Católica, y un buen día tuvo a bien de aterrizar en la Mancha. Y aquí se quedó, enamorada de Don Quijote. De porte menudo, graciosa al andar, resultona ella, elegante en el vestir, de generosa sonrisa y brillo constante en los ojos, desataba admiración allá por donde pasaba. No fue a causa de su locura, como le sucedió a Don Quijote —pues se hallaba ella muy en sus cabales—, la causa de que se lanzara a la aventura de la poesía. Y puesto que ni el trabajo ni los hijos ni las tareas de la casa la acobardaban, componía mientras faenaba versos de seda y lino. Criaba hijos y cantaba nanas. Sin armas, sin montura, en compañía de su escudero Emilio, un mozo alto y fornido, noble y generoso, nada que ver con Sancho, salió en busca de aventuras. Y fueron a batirse allí mismo, contra los gigantes de viento. Ella, empeñada en retarlos se colocó justo debajo de las aspas. «No seas terca, mujer, mira que solo son molinos, y si te acertaran a dar, terminarías en muy mal sino». Mas ella, obcecada, siguiendo el ejemplo del caballero Don Quijote, arremetió contra su filo. Y ante el asombro de su amante y escudero, se puso a recitar versos, versos de amor. Y los brazos del molino, quizá cautivados por su embrujo, dejaron de girar, deteniéndose al instante, dando así por terminada la batalla. Alabó su escudero tal atrevimiento y le dijo: «Ay, amor, celoso estoy, regálame uno de tus versos que roto tengo el corazón». Entonces ella se acercó y le susurró al oído: «Altar de miel que arde para que el alma se sacie» «Que tu alma y mi alma / puedan ser en lo eterno la misma sustancia» «Amarte ha sido, amor, salirme de la vida» «Quiero ser de ti, quiero quererte / En mis lágrimas te busco… / Si por llegar a ti yo he de morirme... «Derrotado quedo, y aunque no soy molino, me siento abatido. Abatido de amor», respondió él.
La poetisa que cantaba al amor
Conocí a Goyi una tarde de otoño. Presidía la mesa de tertulias como coordinadora del Taller Literario de la Universidad Popular. Me gustó su sonrisa amable, la viveza de su mirada. Y después de escucharla declamar uno de sus poemas, le puse rostro a la poesía. Me preguntaba cómo podría esta mujer crear tantos y tan bellos poemas, y con qué destreza manejaba sus hilos. Al preguntarle cuál era su secreto, me respondió que imaginaba versos mientras alisaba el embozo de las sábanas; así de fácil. Sus versos cantando al amor han sido su sello y su fuerza.
Me gustó su sencillez, su cercanía. Oír su voz ilusionada, era un placer. Siempre supe que llevaba la poesía tatuada en su piel, que estaba hecha a retazos de versos, de experiencias de amor, que la vida se había recreado en ella obrando el milagro del continuo entusiasmo.
Guardo muchos y bonitos recuerdos de ese tiempo de contactos literarios.
Y en mi rincón favorito, permanece su poemario DE ROSAS Y DE ESPINAS. Leo su dedicatoria y no puedo dejar de emocionarme... Gracias, Goyi.
Es amarte mi única razón desde que nace el día.
Quiero encontrarte en la raíz de mis sueños
Así te ven mis ojos cuando busco en los abismos infinitos de los tuyos.
Porque de rosas quiero vivir... así escribía Goyi Fraile.
D.E.P. una mujer fuerte, una puertollanera ejemplar.
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