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La ministra Montero e Isabel la Católica


La ministra Montero e Isabel la Católica

Las feministas de hoy son, por lo general, la peor propaganda para su propia causa. Irene Montero, como otros ministros, no es más que una cuota. Un peaje. Isabel la Católica no necesitaba vivir del postureo. Fue una auténtica gigante de la humanidad. Por eso ha dejado una huella imborrable en la historia.
La ministra de Igualdad Irene Montero y la reina Isabel I de España, la Católica.
La ministra de Igualdad Irene Montero y la reina Isabel I de España, la Católica.
En el bar que Sixto regenta en Madrigal de las Altas Torres, el pueblo de Ávila que vio nacer a Isabel la Católica, hay un cartel en la puerta: “Cerramos lunes y martes a partir de las 19 horas por descanso del personal. Disculpen las molestias”. Es decir, que Sixto y su mujer trabajan siete días a la semana y descansan apenas dos medias tardes. Y nos piden perdón por ello.
Casa Sixto lleva varias décadas funcionando -y funcionando bien-, pero su establecimiento se encuentra en la España abandonada, a pesar de que su pueblo está cargado de historia, de arte y de patrimonio. Y por eso, son pocos los que cruzan la puerta de su bar durante la semana. Los fines de semana lo hacen bastantes más, atraídos seguramente por los estupendos pinchos que Sixto despliega en su barra. “Y cuando son los galgos: ahí también viene mucha gente”, apostilla. “Este fin de semana, no. La gente se va al carnaval a Ciudad Rodrigo”, explica, mientras señala un punto al azar en el aire, como queriendo indicar por dónde se va al municipio salmantino.
Unos días antes de encontrarme con Sixto en Madrigal, la ministra Irene Montero, la paladín -o, habrá que decir en los tiempos que corren, paladina- de la igualdad, celebraba su cumpleaños. El cumpleaños de un ministro debería de ser algo totalmente irrelevante e intrascendente. Al político en cuestión le llega el día de la conmemoración de su natalicio, le felicitan sus familiares y amigos, algún conocido más que se entera por Facebook y en paz. Como cualquier hijo de vecino.
Tener un ministerio de Igualdad es una soberana majadería. No es más que un engranaje más del inmenso armatoste de ingeniería social que ha puesto en marcha la izquierda
Pero Irene, no. Irene es especial. Irene tiene a su alrededor una cohorte de pelotas profesionales que le prepararon una sorpresa que, además, grabaron para compartir por las redes sociales. Todo muy natural y espontáneo. Antes de entrar en el despacho de la ministra, una de las pelotas profesionales, mirando fijamente a la cámara, nos aclaraba –no fuésemos a pensar mal-, que Irene está muy ocupada, que el ritmo del ministerio es frenético y que sólo ese día tenían ocho reuniones. Pese a ello, Irene se merecía esa sorpresa, porque es una ministra guay.
Tener un ministerio de Igualdad es una soberana majadería. No es más que un engranaje más del inmenso armatoste de ingeniería social que ha puesto en marcha la izquierda. Además, lo que el pensamiento progresista busca no es la igualdad, sino la uniformidad, que es un tema bien distinto. Y, de paso, cerrarle la boca a cualquier disidente.
Hombres y mujeres deben de tener los mismos derechos y oportunidades y, cuando se demuestre que se discrimina a alguien por su sexo, el Estado debe actuar. Hasta ahí, de acuerdo. Pero para eso no hace falta un ministerio. Sólo es necesario que se aplique la Ley.
“Es que hay todavía casos de desigualdad entre hombres y mujeres”, argumentan. Y también se dan situaciones de mala educación, de egoísmo, de ordinariez y vulgaridad; además hay personas antipáticas, impacientes o rencorosas, y no por eso se crea un ministerio de la Generosidad, o de la Buena Educación, o del Aprenda Usted a Perdonar o del Sea Usted un Tipo Amable. Se trata, de nuevo, de la dichosa pulsión totalitaria de la izquierda de imponer su ideología averiada sin admitir la más mínima disidencia.
Las feministas de hoy son, por lo general, la peor propaganda para su propia causa. Quizás sin darse cuenta, se han convertido en eso que tanto detestan: mujeres-florero. No ocupan un puesto de responsabilidad por su valía o por sus méritos. Irene, como otros ministros, no es más que una cuota. Un peaje. Una moneda de cambio para ensamblar un gobierno Frankenstein. Son exactamente lo contrario de lo que predican.
Ver a un grupo de niñas pijas y pelotas celebrando alegremente el cumpleaños de su jefa, en plan chupi-pandi, divertidísimas y realizadísimas porque están pisando moqueta en un ministerio después de apuntarse a unos cursos sobre estudios de género, convencidas de que están salvando el planeta mientras dicen que se desloman y que llevan un ritmo frenético, le toca las narices a la mayor parte de los ciudadanos que realmente trabajan. Que se lo digan, sino, a Sixto y a su mujer, que nos piden disculpas por cerrar su bar dos medias tardes a la semana.
Ya puestos, si quieren aprender feminismo del bueno, yo invitaría a la ministra Montero y a su cohorte de pelotas a que visiten precisamente Madrigal de las Altas Torres. Allí nació, como he comentado anteriormente, la gran Isabel la Católica. Ella no necesitaba vivir del postureo, porque fue una auténtica gigante de la humanidad, de la cultura, de la prudencia, del tino y de la fe. Por eso fue una mujer que ha dejado una huella imborrable en la historia. De las otras apenas se acordará nadie en un par de años.
https://www.actuall.com/familia/la-ministra-montero-e-isabel-la-catolica/

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