Sentirse español, o no
La identidad es uno de los temas clave de la campaña, pero mientras los nacionalistas lo tienen muy resuelto, la paradoja es que para los demás no es tan evidente
Iñigo Domínguez
La identidad es uno de los temas claves de la campaña, sentirse español o para nada, o incluso querer irse de España, además de la idea de patria que está manejando Podemos. Pablo Iglesias declaró hace unos meses que claro que se siente español, pero “hay que arrebatar el término a los patriotas de la pulserita rojigualda”. En las mismas fechas Pedro Sánchez presentaba su candidatura con una bandera de España del tamaño de un frontón. Pero mientras los distintos nacionalismos tienen clarísimo cómo lo ven, el resto de los españoles quizá no tanto. El director de cine Fernando Trueba dijo aquello de que no se había sentido español ni dos minutos de su vida. El escritor Rafael Sánchez Ferlosio comentó una vez, más claramente: “Odio España cuando pienso en los toros y en la Virgen del Rocío”. Hay un problema de tópicos heredados.
La verdad es que sobre este tema, llamando a distintos puntos de España, hay pocas respuestas espontáneas, siempre te pasan con el departamento de prensa. Es un tema no del todo cómodo. Ahondando en los estereotipos, responde el chef de un conocido restaurante de El Palmar, Valencia, centro neurálgico de la paella: “¿Si me siento español? No lo dudes. Y valenciano. No soy facha ni nada, pero el que no se siente español es que no ha vivido fuera de aquí. Yo he sido emigrante en Francia y lo sé. No entiendo esa falta de patriotismo que tenemos”, razona Raúl Magraner, cocinero del Bon Aire.
Desde luego eso no es un problema en la Fundación del Tercio Extranjero de la Legión: “Por supuesto que nos sentimos españoles, por mi tierra, mis padres y mis antepasados. Un sentir común de los que compartimos un territorio y el lazo sentimental con la patria”, explica uno de los patronos, Gonzalo López, nacido en el Marruecos español y crecido en Melilla. Sobre el independentismo: “Es triste, el que no quiera ser español tiene la puerta abierta, pero el territorio es nuestro”. En la cuna de Isabel la Católica, el pequeño municipio abulense de Madrigal de las Altas Torres, habla la alcaldesa socialista, Ana Zurdo: “Me siento española, pero también ciudadana del mundo, no deberíamos encadenarnos a las tradiciones, ni a las patrias, ni a las banderas, aunque es humano sentir atracción por el país que te vio nacer”.
El cocinero valenciano da con una clave con la que lidia el alto comisionado para la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros: una especie de problema en ser español. “Cervantes ya hablaba de la falta de identidad de los españoles con su país. Se ve luego en la generación del 98, se acentúa con la Guerra Civil… Ahora influye la educación, que se ha ido agravando en los últimos 25 años. En doce años los escolares españoles dan entre 600 y 800 horas de literatura, geografía o arte español, frente a las 1.500 horas de Francia o Alemania. Eso se ve, siembran un amor y un orgullo de patria. Además, el desarrollo autonómico ha propiciado la exaltación de lo propio frente a lo colectivo”.
Del otro lado, Gabriel Rufián, cabeza de lista de Esquerra Republicana al Congreso, dice que no renuncia a ninguna identidad. “Soy de familia andaluza, he veraneado allí muchos años. Los independentistas no estamos en contra de nada, se trata de convivir como hasta ahora pero de manera diferente, sumar identidades”. Pregunta concreta, ¿va con España en la Eurocopa? “Si gana seré feliz, por los amigos que tengo que la siguen”.
En EH Bildu no ha habido manera de encontrar a nadie para hablar de esto, pero en Galicia, Rubén Cela, portavoz municipal en Santiago del Bloque Nacionalista Galego (BNG) declara: “Me siento gallego, de nación. España es un estado plurinacional que no se reconoce, y solo tendrá futuro si lo hace”. También cree, a su vez, que el nacionalismo arrastra estereotipos “de algo rancio, decimonónico, de pedigüeños”. ¿Y en la Eurocopa? “Que gane el mejor”.
Ferrán Mascarell es un caso interesante. Era del Partido Socialista Catalán (PSC), federalista, pero ha terminado siendo independentista y es el delegado de la Generalitat en Madrid. Lo explica casi por agotamiento, como resultado de una frustración ante la falta de respuesta de los Gobiernos centrales a una fórmula para Cataluña. “El Estado no quiere cambiar, los partidos que viven del Estado no quieren que cambie”, reflexiona. En su análisis, la identidad se asienta en la triple percepción de pasado, presente y futuro: “En Cataluña el pasado no es compartido, ahora el Estado es ajeno, no tenemos un sentimiento de participación, no podemos incidir en sus decisiones, y no nos ofrece nada para el futuro”. ¿Y la Eurocopa? “No, no me molesta que gane España”, sonríe. Apunta que los Juegos Olímpicos de 1992 fueron un momento de gran empatía con el Estado, “porque parecía posible una España moderna”. Pero cree que empeoró, es un Estado “de baja calidad”, que no funciona, y que Cataluña y España podrían prosperar por separado, ser interdependientes y algo así como unos magníficos países nórdicos del Sur.
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