Cultura
Un hombre que «creó, creyó y esperó»
David Casillas - lunes, 22 de febrero de 2016
Ávila dio este lunes su último adiós al profesor Rodríguez Almeida, fallecido el domingo
Dice un viejo refrán africano que cuando una persona mayor muere es como si una biblioteca entera se quemase, una máxima tan acertada como universal cuya magnitud, evidentemente metafórica pero llena de grafismo, se queda corta para expresar la pérdida que en términos de cultura ha supuesto la muerte del abulense Emilio Rodríguez Almeida (Madrigal de las Altas Torres, 1930) –, una mente privilegiada que atesoraba una grandeza de conocimientos y una capacidad crítica y de contraste de ideas de una riqueza singular.
Y si grande era su altura intelectual, de esas que es poco fácil encontrar porque esa excelencia es fruto de una excepcional valía y un enorme esfuerzo cultivador que se fusionan en contadas ocasiones, tanto o más lo era su grandeza personal, ya que este historiador, epigrafista, arqueólogo y latinista fue, ante todo, un hombre de admirables cualidades humanas, generoso, amable, sencillo, optimista, lleno de humor, una de esas personas que uno se alegra de haber conocido porque enriquecen todo lo que tocan.
Esos, esencialmente, eran los temas de conversación de quienes este lunes se reunieron en la iglesia de Santiago para dar el último adiós a Emilio Rodríguez Almeida, un amplio puñado de amigos del profesor –representantes del mundo de la cultura, de la política y de la sociedad abulense, además de ciudadanos a título particular, coincidentes todos ellos en el hecho de que conocieron y quisieron al autor de Ávila romana– que son, además, admiradores convictos y confesos de su forma de ser y sus amplísimos conocimientos, de los que nunca presumía y siempre compartía con amenidad y humor para que procurasen provecho en su interlocutor.
La misa, que comenzó a las 17,00 horas, fue presidida por el obispo de la diócesis de Ávila, Jesús García Burillo, y concelebrada por otros diez sacerdotes. En la homilía, el prelado abulense destacó las «enormes cualidades humanas» de Emilio Rodríguez Almeida, «la amabilidad, la cordialidad, la sencillez... acompañadas todas ellas por una aureola de sabiduría que han causado admiración» tanto en su tierra como a nivel internacional.
Tras desgranar las principales cimas de una biografía brillante –su esforzada y singular aportación a la reconstrucción de la Forma urbis de la Roma imperial, su brillante investigación sobre el Monte Testaccio, sus libros de singular erudición, sus traducciones, sus clases en universidades de todo el mundo–, Jesús García Burillo afirmó que Emilio Rodríguez Almeida fue «un hombre amado y admirado, una persona que creó, creyó y esperó» y en el que se personalizó «la gloria como estado presente».
Finalizada la misa de corpore insepulto, el cuerpo del profesor Rodríguez Almeida fue conducido hasta el cementerio de Ávila, donde recibió cristiana sepultura.
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