Ana de Austria

Doña María de Mendoza, la primera amante del arrogante vencedor de Lepanto, tuvo a una primera hija, Doña Ana de Jesús, metida a monja a la edad de seis años y más tarde, ya muerto su padre, reconocida por su tío el rey Felipe II, con  lo que pasaría a formar parte de la familia real con el nombre de Ana de Austria y Mendoza, pero sin permitirle salir del convento. Para saber quién fue esta dama, la tragedia en la que vivió durante parte de su vida, y los trágicos acontecimientos en los que se vio envuelta como consecuencia de sus amores con un joven pastelero de Madrigal que quería suplantar la figura del desaparecido don Sebastián, rey de Portugal y sobrino de Felipe II, muerto en la descabellada aventura de la batalla de Alcazarquivir (la desaparición del cadáver del rey don Sebastián será motivo de leyendas que han llegado con todo su vigor hasta nuestros días y motivo del Proceso del Pastelero de Madrigal en el que se vio envuelta doña Ana de Austria), le remitimos a los bien documentados estudios de la escritora Mercedes Fórmica, titulados: La Hija de don Juan de Austria (Ana Jesús en el proceso del pastelero de Madrigal), Caro Raggio, 1973, y María de Mendoza (solución a un enigma amoroso). Caro Raggio, Madrid, 1979, o nuestro propio estudio, ya señalado titulado Doña María de Mendoza, amante de Don Juan de Austria y su posible tumba en el Convento de Santa María del Rosal de Priego, Cuenca.

          La fecha de nacimiento de Doña Ana de Mendoza resulta interesante de precisar por cuanto ella nos indica los primeros amores de nuestro personaje. Dicha fecha queda en el más completo olvido en las primeras biografías de Don Juan escritas por Lorenzo Van der Hammer y Baltasar de Porreño, queriendo ambos silenciar este pasaje de su vida. Habrá que esperar muchos años y después de los acontecimientos y proceso sufrido contra el supuesto rey portugués, que tuvo resonancias internacionales, para  conocer la existencia de dicha dama. Fue el padre Strada, miembro de la Compañía de Jesús y heredera de los papeles y bienes de doña Magdalena de Ulloa, la rígida dama que crió y educó a padre y a la hija, quien alzara el velo del misterio en un pasaje de su obra, anunciando que una joven de la más alta nobleza, llamada María de Mendoza, hizo a don Juan padre de una niña  hacia 1570.

         Posteriores investigaciones anulan la fecha del Padre Strada, así como la que da el Padre Coloma, quien señala que Doña Ana nació sietemesina en Madrid el 19 de octubre de 1567, para señalar como la más verosímil la de 1569, fijando los meses de julio y octubre como los más cercanos al momento de su nacimiento, coincidiendo con las vísperas de la salida de don Juan para las Alpujarras, donde ante el peligro eminente que se avecinaba, la joven María decidió jugarse el todo por el todo.
           

         Finalmente, para terminar con este asunto, no fijaremos las palabras de la misma doña Ana en la carta escrita a su tío el rey Felipe II, el 19 de noviembre de 1594, justificando el no haberle avisado de sus relaciones con Gabriel de Espinosa, por no saber, era obligada, por haber entrado aquí (en el convento), de seis años, o lo reflejado en la Escritura de Entrada de doña Ana en el convento de Nuestra Señora de Gracia, de Madrigal, fechada el 28 de junio de 1575 que nos dice: Conoscida cosa sea de todos los que la presente vieran, como Nos, la Priora, monxas e convento, del Monasterio de Nuestra Señora de Gracia Real… recibimos, por monxa novicia, a la señora doña Ana de Jesús, sobrina de la muy Ilustre Sra. doña Magdalena de Ulloa, por seiscientos ducados de lote… e luego que la dicha Señora aya la edad de diez y seis años, que el Santo Concilio manda, en queriendo quedar, en esta dicha casa la avremos de dar el velo de la profesión…

Es posible que, de acuerdo D. Juan junto con Dª Catalina de Mendoza su madre, decidieran desplazarse a Madrid, donde resultaría más fácil dar a luz “sin ruido”. Doña Catalina, disponía de alguna hacienda y, ya viuda, no estaba “sujeta” a nadie, lo que significaba poder moverse con libertad.

La primera huella de Dª María de Mendoza en Madrid aparece en julio de 1570, cuando Dª Catalina compra una casa para su hija (A.H.P. Protocolo 389. Julio de 1570. Escritura de compraventa de una casa por Dª Catalina de Mendoza).

Ana de Austria
Abadesa de las Huelgas (Burgos)
Aunque cuenta la leyenda y queda recogido en el comadreo de las monjas del convento, que en un momento indeterminado recibió en la “grada” a una joven peregrina cubierta por un rebozo que nunca se quitó. No sabemos quién pudo ser esta desconocida peregrina, pero, naturalmente descartamos a doña María, su madre, muerta dos años antes del fallecimiento de su padre don Juan de Austria.

Dicha leyenda de la visita de la peregrina, que iba acompañada por don Juan de Mendoza, nos va a dejar el conocimiento de la existencia de otro hijo de don Juan con doña María, llamado Francesco, que criado en Xerez (Xerez del Marquesado, en las Alpujarras), había sido secuestrado por los moriscos. La presencia de este nuevo hijo del vencedor de Lepanto abre una nueva pregunta: ¿siguió la joven y apasionada María de Mendoza a su amante en las luchas granadinas?

Tampoco puede descartarse que Dª María de Mendoza hubiese seguido a su héroe a Granada, dejando a su hija Ana de Mendoza con su abuela Dª Catalina y al cuidado de Pascuala, su criada, comprometida a ciertos servicios a través de un severo contrato de asentamiento.

         La existencia de este niño induce a pensar que doña María estuvo con don Juan en Granada y que su segundo hijo nació en el feudo de los Mendoza, pues no es concebible pensar que éste fuera llevado a tan inhóspito como peligroso lugar, a no ser que viniera el mundo en aquellas tierras.

         La presencia de este niño. A diferencia de otros hijos de don Juan (que se sepa a ciencia cierta, don Juan tuvo otra niña, Juana, de sus amores con la sorrentina Diana Falangola, a quien conoció en una corrida de toros celebrada en la residencia del virrey, cardenal Granvela, y a quien siguiendo la costumbre de la época casó con Antonio Stambone, hidalgo napolitano, y Jerónimo, de Zenobia Sarastrosio) queda borrada durante muchos años para aparecer nuevamente cuando doña Ana, en un afán de conocer su pasado, busque a Francesco y un soldado de aquellas guerras en las alpujarras granadinas le asegure conocer su paradero.

         A diferencia de su hija Ana, cuyo destino ya estaba escrito desde el momento de su nacimiento, Juana fue confiada a su media hermana Margarita de Farnesio, duquesa de Parma, residente en Aquila y madre de Alejandro Farnesio, quien mucho más mundana que la rígida y obediente doña Magdalena, para quien todo hijo fuera del matrimonio era un pecado, vivió otra vida mucho más acorde a su nacimiento, aun a despecho de los deseos de su padre que: la verdad es, que si Dios se la llevase…, o más tarde, con el deseo incumplido de verla profesar en un convento, para, finalmente, ser reconocida e, incluso, valorada por su gracia y belleza: Vuestra Alteza le diga que hasta me sepa escribir no la quiero enviar otro recado, que en esto veré y en la priesa que se diera en aprenderlo, lo que estima las nuevas de su padre… Este nombre de padre no acabo de admitirlo, ni sé cómo puede venirme bien. Es mi hija, pero si no fuera más de su Alteza, que mía y de su madre, más le valiere no haber nacido… Creo que quiero más a esa niña, por lo que Vuestra Alteza hace por ella y por lo que la ama, que por hija, ni por otra cosa… ¿Estaría –con estas palabras– acordándose don Juan de su propia infancia, donde fue abandonado de su madre y olvidado de su padre?

         En los primeros días de octubre del aciago año de 1578 (año de la batalla de Alcazarquivir), muere en la ciudad flamenca de Namur don Juan de Austria. Unos dicen que como consecuencia del tifus que asola la comarca, los más malignos, como consecuencia de los efectos del veneno encargado suministrar desde la corte madrileña. Sus enemigos más cercanos, como lo fuera el ladino y libidinoso cardenal Granvela, como consecuencia de sus desarreglos sexuales, es decir, por la acción de la sífilis. Sea lo que fuere, la muerte de tan distinguido capitán militar fue un mazazo que retumbó en todos los territorios de dominio español, y principalmente, en la corte madrileña.

         Esta muerte inesperada va a traer también consecuencias muy importantes en la vida de unos seres hasta esos momentos condenados al olvido, como era el caso de los hijos del fallecido don Juan de Austria. Nada más llegar el cadáver con su comitiva a la ciudad de Namur, Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, nombrado por su primo como su sucesor y nuevo capitán de las tropas en Flandes, cogerá la pluma para escribirle a su tío el rey Felipe II, la siguiente nota: Señor: Vuestra Majestad excuse que le importune con esta misiva, pero entiendo deber de conciencia poner en conocimiento de Vuestra Majestad, que el Señor don Juan de Austria, que esté en el cielo, tuvo hace nueve años una hija en doña María de Mendoza…

         El rey, hombre muy piadoso y de sentimientos mucho más nobles de lo que la Historia nos ha querido dar a entender, amador él mismo de damas cortesanas hoy bien conocidas, entiende que debe darle una solución al problema planteado a la muerte del hermano, aunque siempre lento en su resolución, tardaría cinco años en buscarle acomodo en la familia real al nuevo miembro descubierto a la muerte del galante amador. En 1583, Ana de Jesús, monja enclaustrada en el convento de Nuestra Señora de Gracia, de Madrigal, pasa a llamarse con todo los merecimientos que el caso merece, doña Ana de Austria y Mendoza, pero, y aquí sí que el rey es consecuente con las normas y costumbres de su tiempo, sin salir de su enclaustramiento monacal, al que se le sigue condenando de por vida, por muchas que sean las quejas de la perjudicada y su declaración personal de no querer profesar como monja porque le gustaría vestir trajes hermosos, lucir joyeles deslumbrantes, atraer las miradas de los caballeros que arriesgan la vida por “su dama” en torneos y juegos de caña, o susurran palabras de amor, aprovechando el trenzado de la danzas. Con este reconocimiento por parte del rey finaliza el gran secreto, firmemente guardado por cuantos lo conocían, de la existencia de las hijas de don Juan de Austria.
        
         ¿Desconocía Felipe II la existencia de estos vástagos del hijo bastardo de su padre, el emperador? Puede que así sea. Pero lo que nadie puede negar es que el rey conocía muy bien los trapicheos amorosos de su hermano, cuando él mismo le escribe en una carta de 1575 la recomendación de que cuide mucho no ofender en materia de amores a familias principales. ¿Estaba enterado por aquellas fechas de sus amores con doña María de Mendoza? No conocemos documentos que nos orienten sobre las gestiones que se realizaron para el reconocimiento de doña Ana, más que las que realizó la duquesa de Parma, y éstas, referidas a las muy interesadas referidas a su protegida, doña Juana. Y una pregunta que nos viene como encaje de esta triste historia: ¿Esperó el “rey prudente” a la muerte de doña María y de doña Diana para reconocer a sus sobrinas, metidas ambas en conventos de clausura?
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