Secretos electorales
Las campañas electorales tienen la virtud de descoyuntar literalmente a los candidatos. El aspecto negativo es que la ciudadanía tenga que soportar todas las tonterías que se les vayan ocurriendo a los Departamentos de Campaña para conseguir colocar una frase del líder y convertirla en titular.
Gregorio Morán
Si la gente supiera lo que es para la clase política, y muy especialmente para sus dirigentes, la campaña electoral, les montaría una al año, como mínimo. Es verdad que tiene algunas consecuencias secundarias para nosotros, pero merece la pena verlos sufrir como perros hambrientos, jadeando ante los niños que han de besar, las abuelas pegajosas, los compadres que al tiempo de preguntar qué hay de lo suyo les susurran al oído piropos y boberías. Las campañas electorales tienen la virtud de descoyuntar literalmente a los candidatos. El aspecto negativo es que la ciudadanía tenga que soportar todas las tonterías que se les vayan ocurriendo a los Departamentos de Campaña para conseguir colocar una frase del líder y convertirla en titular.
Confieso que detesto las campañas porque huelen. Son como pescado podrido, congelado y vuelto a descongelar día tras día, hasta que al final ya no saben si fue pez o mojama. Si hay algo que demuestra la limitación de nuestros medios de comunicación es su incapacidad para describir a los grandes electores, y hacerlo como si fueran boxeadores que han de subir a un ring sin conocer ni el lugar. Durante quince días sin pausa han de seguir las orientaciones de sus equipos de campaña, en general, unos golfos descreídos que organizan los mítines con la misma impasibilidad que una fiesta en una casa de putas o de monjas, da lo mismo, porque ni follarán ni rezarán. Sencillamente tratarán de que su jefe, su Gran Jefe, cuando haga el repaso de la tortura a la que le han sometido, si ha ganado les concederá un cierto crédito numerario, ni siquiera una medalla, y si ha perdido les echará la culpa por incompetentes.
Por qué en los medios de comunicación españoles jamás aparecen los jefes de campaña y su equipo multicolor
Por qué en los medios de comunicación españoles jamás aparecen los jefes de campaña y su equipo multicolor, ese equivalente a quienes quitan las ruedas de los Fórmula 1 en tan pocos segundos que apenas si advertimos nada que no sea al mono cansino que va dentro. Los anglosajones, especialmente, los yanquis, han logrado retratos de campaña memorables. Se trata de un reto, que no otra cosa es llegar a todos los lugares donde haga falta, porque se juegan un puñado de votos que pueden decidir un escaño, en Madrigal de las Altas Torres o Matalascañas.
Los equipos de campaña de los Grandes Electores no sólo se preocupan de que salgas en los telediarios, en los papeles, las radios y hasta en ese invento infernal, tan de moda, como “las redes sociales”, léase: los cabrones que pueden machacarte con un solo “tweet”. Cómo joder al enemigo. Los contactos subterráneos, que suelen empezar así: “Sólo quiero decírtelo a ti y por favor no lo publiques. Fulanito está a punto de divorciarse, los tribunales le van a imputar por un asunto oscuro, y tiene una cuenta pendiente que saltará en el momento que nosotros decidamos soltar al perro”. Todos saben quién es el “perro” porque conocen al dueño.
Las campañas electorales, gracias a los equipos de campaña, multifacéticos e implacables, son un ejercicio para estómagos de acero inoxidable. No se bebe alcohol, más que en la intimidad. No se fuma, más que en la intimidad. No se folla, porque ni siquiera en la intimidad sabrían distinguir a su mujer de una azafata, lo que podría tener un costo irreparable.
Lo reconozco, si no fuera por ese lado morboso de la política entendida como una de las malas artes, las campañas electorales, contempladas por el paleto complaciente que lo traga todo, se me harían insufribles. Ese carácter de muñeco sonriente sostenido por hilos que él no controla, resulta tan llamativo que quizá por eso nunca, cuando tenía edad para ello, nadie me contrató para seguir la campaña de aquellos señores, hoy padres de la patria: Suárez, González, Carrillo….¿Qué periodista con conciencia de servicio público –los periodistas somos un servicio público, como los antiguos urinarios-
Qué periodista no hubiera pagado en peso de su propio cuerpo, como un Shakespeare redivivo del Mercader de Venecia, por haber podido seguir la última campaña de la UCD
qué periodista, digo, no hubiera pagado en peso de su propio cuerpo, como un Shakespeare redivivo del Mercader de Venecia, por haber podido seguir la última campaña de la UCD, aquel partido que empezó con Adolfo Suárez y terminó con un baile, quizá un pasodoble, de Landelino Lavilla, ¡gran jurista, pardiez!, y señora, vísperas de la derrota bochornosa del 82?
A mí me encantaría describir cómo Rajoy besa a los niños, y a las señoras, y hasta a los elefantes si alguno se le pone a tiro; porque carece de buena vista. ¿Y Sánchez? Tiene una piel varicosa que obliga a un discreto maquillaje; fíjense como trata siempre de suplir con las manos lo que no quedaría bien con los besos convencionales. Rivera está hecho a todo; empezó en la banca, de empleado de tropa, y eso para una campaña electoral es más útil que un máster en Princenton. Pablo Iglesias va a su aire y no distingue aún muy bien, pese a las sugerencias de su equipo de campaña, las distancias largas de las cortas (la de la diputada Villalobos, antigua militante del PCE y sospechosa irruptora en campaña, lo que tratándose de la esposa del Gran Asesor del PP, suena a trampilla para ardillitas de una zorrita veterana; todo en términos zoológicos, por supuesto).
No pierdan el sentido del humor y no se crean nada, porque el primer objetivo de todo equipo de campaña se parece a la actitud de los Magistrados del Supremo; cero en gracejo y mucha fe en sí mismos.
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