NOV172015
Por Jaime García Elías opinion@informador.com.mx
– ¿San Vasco…?
Tómese con las reservas del caso, pero muy bien pudiera ser que el Papa Francisco en su visita pastoral a México, en febrero próximo, declare formalmente lo que la voz del pueblo (“la voz de Dios”, según dicen) repite desde hace siglos: la santidad de Don Vasco de Quiroga.
-II-
A semejanza de lo que sucedió en su reciente viaje a Cuba y Estados Unidos, donde anunció la canonización de Fray (ahora San) Junípero Serra, evangelizador de las Californias, la colocación en los altares, a continuación, con derecho a ser considerado modelo de virtudes, de uno de los más preclaros evangelizadores de México, pudiera ser un as que el Papa trajera a México, oculto bajo la manga, puesto que hasta ahora ni en el Vaticano ni en México se ha hablado abiertamente del caso.
De hecho, la versión —extraoficial, reiterémoslo; casi clandestina— surgió, el domingo pasado, de una charla volandera, entre un grupo de peregrinos que visitaban la Basílica de la Virgen de la Salud, en Pátzcuaro, y un sacerdote de la misma iglesia. Un peregrino preguntó si estaba programada la visita de Su Santidad a Pátzcuaro. La respuesta, textual, fue esta: “Es probable, cuando venga a la canonización de Don Vasco…, pero no está confirmada”.
-III-
Juan Pablo II, saltándose las dudas de los historiadores serios sobre el llamado “milagro guadalupano” y aun sobre la estricta historicidad de Juan Diego, dedicó uno de los cinco viajes que hizo a México a declarar formalmente la canonización de “el Mensajero de las Rosas”, a partir del principio de que la tradición suele ser más fuerte que la historia.
De Don Vasco, a cambio de las dudas acerca de su fecha de nacimiento en Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, y de si fue en Salamanca donde cursó su carrera de abogado, hay la certeza de su arribo a México, en 1531, como oidor de la Segunda Audiencia, para, entre otras cosas, juzgar las iniquidades de los miembros de la Primera, y particularmente del asesinato de Calzóntzin, cacique de los purhépechas, por Nuño de Guzmán; después, en 1537, de su ordenación sacerdotal y, simultáneamente, su consagración como Obispo de Michoacán, y, de ahí hasta su muerte, en 1565, sus afanes para dotar de escuelas y hospitales y promover el desarrollo laboral de los indígenas, mediante modelos que persisten hasta la fecha…
Huellas patentes que justifican —con canonización o sin ella— que creyentes y no creyentes lo llamen “Tata (papá) Vasco”.
http://opinion.informador.com.mx/Columnas/2015/11/17/san-vasco/
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A semejanza de lo que sucedió en su reciente viaje a Cuba y Estados Unidos, donde anunció la canonización de Fray (ahora San) Junípero Serra, evangelizador de las Californias, la colocación en los altares, a continuación, con derecho a ser considerado modelo de virtudes, de uno de los más preclaros evangelizadores de México, pudiera ser un as que el Papa trajera a México, oculto bajo la manga, puesto que hasta ahora ni en el Vaticano ni en México se ha hablado abiertamente del caso.
De hecho, la versión —extraoficial, reiterémoslo; casi clandestina— surgió, el domingo pasado, de una charla volandera, entre un grupo de peregrinos que visitaban la Basílica de la Virgen de la Salud, en Pátzcuaro, y un sacerdote de la misma iglesia. Un peregrino preguntó si estaba programada la visita de Su Santidad a Pátzcuaro. La respuesta, textual, fue esta: “Es probable, cuando venga a la canonización de Don Vasco…, pero no está confirmada”.
-III-
Juan Pablo II, saltándose las dudas de los historiadores serios sobre el llamado “milagro guadalupano” y aun sobre la estricta historicidad de Juan Diego, dedicó uno de los cinco viajes que hizo a México a declarar formalmente la canonización de “el Mensajero de las Rosas”, a partir del principio de que la tradición suele ser más fuerte que la historia.
De Don Vasco, a cambio de las dudas acerca de su fecha de nacimiento en Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, y de si fue en Salamanca donde cursó su carrera de abogado, hay la certeza de su arribo a México, en 1531, como oidor de la Segunda Audiencia, para, entre otras cosas, juzgar las iniquidades de los miembros de la Primera, y particularmente del asesinato de Calzóntzin, cacique de los purhépechas, por Nuño de Guzmán; después, en 1537, de su ordenación sacerdotal y, simultáneamente, su consagración como Obispo de Michoacán, y, de ahí hasta su muerte, en 1565, sus afanes para dotar de escuelas y hospitales y promover el desarrollo laboral de los indígenas, mediante modelos que persisten hasta la fecha…
Huellas patentes que justifican —con canonización o sin ella— que creyentes y no creyentes lo llamen “Tata (papá) Vasco”.
http://opinion.informador.com.mx/Columnas/2015/11/17/san-vasco/
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