Evangelizadoras de los apóstoles
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Un cáncer de útero acabó con Isabel «la Católica», la reina más poderosa de su tiempo
CÉSAR CERVERA / MADRID
Día 12/12/2014 – 08.37h
La castellana es la prueba de que el poder y las responsabilidades excesivas, tampoco ayudaron las infidelidades de su marido, desgastan a nivel físico. A su muerte con 53 años, la Reina aparentaba mucha más edad de la que tenía
Isabel de Trastámara llevaba reinando en Castilla durante treinta agotadores años cuando le alcanzó la muerte en Medina del Campoel 26 de noviembre de 1504. Tenía 53 años y había ocupado el trono desde 1474, después de superar numerosas dificultades, guerra contra los partidarios de Juana «la Beltraneja» mediante. En el momento de su muerte, los obstaculos del reinado y su insistencia por desplazarse siempre montada a caballo por los lugares del reino habían afectado gravemente su salud, tanto a nivel físico como psicológico –sobre todo a raíz de la prematura muerte de dos hijos y un nieto en torno a esas fechas–. Según los síntomas descritos por las fuentes de la época, la castellana falleció de una hidropesía (retención de líquido en los tejidos) a consecuencia probablemente de un cáncer de útero.
Sin embargo, nunca es sencillo hacer un diagnóstico solo con fuentes escritas, como no es fácil hacer un perfil psicológico de personajes históricos. Todavía en la actualidad existen dudas sobre la dolencia que consumió a la Reina en un plazo de tres años, desde que se mostraron los primeros síntomas. La descripción de la enfermedad que hace el humanista Pedro Mártir de Anglería respalda la versión de que fuera este tipo de cáncer: «El humor se ha extendido por las venas y poco a poco se va declarando la hidropesía. No le abandona la fiebre, ya adentrada hasta la médula. Día y noche la domina una sed insaciable, mientras que la comida le da náuseas. El mortífero tumor va corriéndose entre la piel y la carne».
Cuando ya no pudo subir ni a la litera, apareció «la sed insaciable»
Un tumor «en las partes vergonzosas»
Con sed insaciable, insomnio, fiebres y dolor en un costado, los médicos de la Reina dejaron escrita una pista reveladora pocos meses antes de su fallecimiento. Habían localizado un tumor visible, pero no concretaron su localización ni el carácter de la lesión. A juzgar por estas informaciones, el secretismo en torno a la ubicación del tumor evidencia que probablemente se trataba de un cáncer de útero o de recto que, a causa del histórico recato de la Reina, se negó a poner bajo el tratatamiento debido y a hacer pública su naturaleza. Un contemporáneo, el doctor Álvaro de Castro, que no llegó a tratar a la monarca directamente, fue más allá en sus estudios y afirmó que «la fístula en las partes vergonzosas y cáncer que se le engendró en su natura» estaba provocado por cabalgar en exceso durante las campañas militares en Granada. Un ejercicio de especulación médica que va más allá de las pruebas disponibles.
A los 41 años de edad, Isabel I sufrió de fiebres tercianas (malaria o paludismo)
Si bien no tuvo influencia en los orígenes de la dolencia, cabe recordar que la paciente tenía graves problemas emocionales desde las prematuras muertes de su hijo Juan, el príncipe heredero, de su hija mayor Isabel y de su nieto Miguel, que también había sido nombrado heredero, en el transcurso de pocos años. La depresión reactiva o trastorno de ánimo deprimido se produce como respuesta aun acontecimiento negativo de la vida del sujeto, no teniendo por qué brotar inmediatamente después del acontecimiento desencadenante, y puede entorpecer el tratamiento de otras enfermedades.
La depresión agravó su salud
Las infidelidades de su marido, Fernando «el Católico», tampoco ayudaron a que la Reina templara sus nervios. Fernando tuvo al menos tres hijos extramatrimoniales, porque el aragonés «amaba mucho a la reina su mujer, pero dábase a otras mujeres» –como dice el cronista–, entre ellos uno que se convirtió en arzobispo de Zaragoza. Algo que la castellana nunca pudo soportar y le provocó varios arranques de celos. Así y todo, los historiadores coinciden en que la pareja mantuvo un afecto mutuo hasta los últimos días de Isabel. «Su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…», escribió entonces el aragonés.
La inestabilidad de Juana convenció a Isabel de que debía ceder la regencia
Su testamento además disponía que la enterraran en Granada, en la iglesia de San Francisco, mientras se construía una Capilla Real en la catedral de esa ciudad. Allí serían trasladados sus restos en 1521 por su nieto Carlos I, donde descansan junto a los de su esposo Fernando, su hija Juana y su nieto Miguel.
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