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21 ago 2013

Vida Retirada


                                 


Vida retirada
Para estos días de afanes y marchas, carreras y desasosiego humano y hasta religioso, nada mejor que buscar la Vida retirada

Un estilo de vida descrito brillante y apaciblemente por Fray Luis de León. Del ruido y los empujones no quedan sino el cansancio y el dolor del cuerpo. Nos falta más silencio, más calma y tranquilidad para tomar nuestra vida en las manos y orientarla debidamente hacia su meta final que es Dios.

Dejémonos guiar un poco por este especialista del silencio y la contemplación, Fray Luis.

Los cristianos que se dejan ganar por el ruido y el estruendo, por la velocidad y la impaciencia, se pierden de probar el verdadero sabor de Dios en la brisa suave de la montaña que apenas roza las flores silvestres o en el rumor del arroyo que baja cantando su salmo de alabanza al Creador.

Fray Luis de León (Nació en Belmonte, Cuenca, 1527 o 1528 –y murió en Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 23 de agosto de 1591) fue un poeta, humanista y religioso agustino español de la Escuela salmantina.

Fray Luis de León es uno de los escritores más importantes de la segunda fase del Renacimiento español junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar a Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra. Así comienza su Vida Retirada:

¡Qué descansada vida/
la del que huye el mundanal ruido/
y sigue la escondida/
senda por donde han ido/
los pocos sabios que en el mundo han sido!/

Que no le enturbia el pecho/
de los soberbios grandes el estado/
ni del dorado techo/
se admira fabricado/
del sabio Moro, en jaspes sustentado./

No cura si la fama/
canta con voz su nombre pregonera/
ni cura si encarama/
la lengua lisonjera/
lo que condena la verdad sincera./

¿Qué presa a mi contento/
si soy del vano dedo señalado?/
¿Si en busca de este viento/
ando desalentado/
con ansias vivas, con mortal cuidado?/

¡Oh monte, oh fuente, oh río,/
oh secreto seguro y deleitoso!/
Roto casi el navío/
a vuestro almo reposo/
huyo de aqueste mar tempestuoso./

"Qué descansada la vida la del que huye del mundanal ruido..."

Las envidias y rencillas entre órdenes y las denuncias del catedrático de griego, León de Castro, entre otros profesores, le llevaron a las cárceles de la Inquisición bajo la acusación de preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina (la traducción Vulgata de San Jerónimo) adoptada por el Concilio de Trento, lo cual era cierto, y de haber traducido partes de la Biblia, en concreto el Cantar de los Cantares, a la lengua vulgar, cosa expresamente prohibida también por el reciente concilio y que sólo se permitía en forma de paráfrasis. Por lo primero fueron perseguidos y encarcelados también sus amigos los hebraístas Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. Aunque era inocente de tales acusaciones, su prolija defensa alargó el proceso, que se demoró cinco largos años, tras los cuales fue finalmente absuelto. Parece cierto que se le puede atribuir la décima que presuntamente, al salir de la cárcel, escribió en sus paredes y que dice así:

Aquí la envidia y mentira/
me tuvieron encerrado./
¡Dichoso el humilde estado/
del sabio que se retira/
de aqueste mundo malvado,/
y, con pobre mesa y casa,/
en el campo deleitoso,/
con sólo Dios se compasa/
y a solas su vida pasa,/
ni envidiado, ni envidioso!

En 1582 junto al jesuita Prudencio de Montemayor, fray Luis intervino en la polémica De auxiliis hablando sobre la libertad humana, lo que le llevó a ser denunciado nuevamente ante la Inquisición, aunque esta vez sin otra consecuencia que una suave amonestación del Inquisidor general, arzobispo de Toledo y cardenal, Gaspar de Quiroga. Poco antes de su muerte era provincial de su orden

La muerte le sorprendió en Madrigal de las Altas Torres cuando preparaba una biografía de Santa Teresa de Jesús, cuyos escritos había revisado para la publicación; admiraba la labor de la monja reformadora y había pretendido incluso que ingresara en su orden. Tras su muerte sus restos fueron llevados a Salamanca, en cuya universidad descansan. El pintor Francisco Pacheco lo describe de esta manera:

“El rostro más redondo que aguileño; trigueño el color; los ojos verdes y vivos... El hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos... de mucho secreto, verdad y fidelidad, puntual en palabras y en promesas, compuesto, poco o nada risueño”.

El propio fray Luis dejó escrito su concepto de la poesía, "una comunicación del aliento celestial y divino", en su De los nombres de Cristo, libro I, "Monte", "para que el estilo del decir se asemeje al sentir y las palabras y las cosas fuesen conformes":

“Porque [Cristo] es sólo digno sujeto de la poesía; y los que la sacan de él, y, forzándola, la emplean, o por mejor decir, la pierden en argumentos de liviandad, habían de ser castigados como públicos corrompedores de dos cosas santísimas: de la poesía y de las costumbres. La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque la poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino al corazón de los hombres…” (Sic)

Sus temas preferidos y personales, si dejamos a un lado los morales y patrióticos que también cultivó ocasionalmente, son, en el largo número de odas que llegó a escribir, el deseo de la soledad y del retiro en la naturaleza, y la búsqueda de paz espiritual y de conocimiento, lo que él llamó la verdad pura sin velo, pues era hombre inquieto, apasionado y vehemente, aquejado por todo tipo de pasiones, y deseaba la soledad, la tranquilidad, la paz y el sosiego antes que toda cosa:

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Este tema se reitera en toda su lírica, la búsqueda de serenidad, de calma, de tranquilidad para una naturaleza que, como la suya, era propensa a la pasión. Y ese consuelo y serenidad lo halla en los cielos o en la naturaleza:

Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido.

Oda «Al apartamiento»

http://diariocatolico.net/index.php/component/k2/item/302-vida-retirada

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