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5 ago 2013

El gentleman inglés de...

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El gentleman inglés de sangre charra

Paco Cañamero
Michael Portillo no ha perdido la elegancia con la que triunfó la política inglesa hace casi treinta años como lugarteniente de Margaret Tatcher. Con su eterna sonrisa junto a sus aires de gentleman regresa a Salamanca, casi año, por Navidad o el ecuador de verano para reencontrarse con la huella paterna. Mientras dice adiós por unos días a sus programas de radio y televisión, en los que triunfa desde que dio un vuelco a su vida cuando dejó la política.

Michael paseaba por las calles de Salamanca buscando la fresca en la tarde del día de Santiago, de forma discreta, al lado de un grupo que, seguramente, fueran familiares. O lo que es igual, la raíz de don Luis Gabriel Portillo, su padre, quien fue una de las celebridades más prestigiosas de esta ciudad en la época previa a la Guerra Civil, tiempos en los que brilló como profesor de Derecho del viejo Estudio charro.

Cuando Michael Portillo destacaba en la política, a la que llegó tan alto, todos vieron en él un claro aspirante a ‘premier’ tras despuntar como ministro de Economía. Por entonces, su filiación se recibió en Salamanca con alegría. Sobre todo entre los paisanos que llegaron a conocer a don Luis Gabriel Portillo, un abulense natural de Madrigal de las Altas Torres y radicado en la capital del Tormes hasta que, en plena Guerra, le tocó emprender el camino del exilio. Por eso llamó la atención, que siendo hijo de un exiliado de izquierdas, hiciera carrera en el partido Conservador, sabiendo las trabas de los ingleses para abrirle las puertas del éxito a un español.
La raíz de Michael se extiende por Salamanca, Ávila, Madrid y Valladolid, provincias en la que los herederos de don Luis Gabriel guardan reverencia a su ilustre antepasado. A aquel hombre, amante de las letras, que tuvo un papel fundamental el día de la Hispanidad de 1936 cuando Miguel de Unamuno se enfrentó al general Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad tras el airado “Viva la muerte, muera la inteligencia”, que se convirtió en la humillación de las armas contra la sabiduría.

Aquel grito atroz cuyo eco se extendió por medio mundo, gracias a don Luis Gabriel, debido a las colaboraciones que envió a medios europeos y sudamericanos en los que plasmaba su firma. Por esa razón y, sobre todo, por su forma de pensar debió emprender el camino del exilio antes de que lo fusilaran en el monte de La Orbada, al igual que le sucedió a tantos otros. Como a su amigo José Gómez ‘El Timbalero’, quien fue redactor jefe de El Adelanto y uno de los inventores de la crítica taurina moderna.

Aquel fatídico 12 de octubre acabaría siendo el más convulso de la estancia de don Luis Gabriel en nuestra ciudad. Sobre todo tras los hechos agravados por la tarde cuando acompañó a don Miguel de Unamuno en su vista al Casino y se encontró con la Salamanca de las derechas agrarias y afín al nuevo régimen, en estado de crispación. Esa tarde, nada más aparecer el viejo Rector, algunos señoritos, junto a varios caciques ganaderos, lo difamaron con insultos de ¡fuera!, ¡rojo! o ¡traidor! teniendo que abandonar la sala. Desde entonces ya apenas volvió a salir de su hogar hasta que lo sorprendió la muerte. Ya con la amargura de una guerra que tanto lo perturbaba.

Y don Luis Gabriel Portillo desde ese día ya tuvo claro que debía hacer las maletas de la emigración, que son las que se portan con las llagas del alma. Y con la dureza que el exilio cercenó la posibilidad de alcanzar el rectorado, que estuvo a punto de acariciar, para recalar en Inglaterra. En esa tierra en la que hace casi tres décadas, su nombre volvió a pomada gracias a ese hijo que triunfó en la política. El mismo que, de vez en cuando, vuelve a pasear con sus aires de gentleman entre el dédalo dorado de las calles charros, embargado por la emoción de regresar a esa capital en la que su padre marcó a una época. Hasta que tuvo que huir para que no le dieran un tiro en la soledad del monte de La Orbada.

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