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19 ago 2011

Alfa y Omega

Así vivieron los Días en las Diócesis tres pueblos de Ávila
«No podíamos imaginar esto»
No sólo a las ciudades y las capitales: multitud de pequeños pueblos de todo el país se vieron invadidos, el pasado fin de semana, por una parte de los 130.000 jóvenes que empezaron su Jornada Mundial de la Juventud participando en los Días en las Diócesis. Esta invasión de alegría y de fe ha dejado huella en sus habitantes


Fiesta entre los peregrinos,
mientras esperan a cenar en Madrigal
Hora de la siesta en Castilla. Cae un sol de justicia, y casi nadie se aventura a salir a la calle. Sólo 200 peregrinos la recorren, alegres. Algunos de los 30 mexicanos entonan una ranchera, mientras otros intentan explicarles a los del sombrero rojo, 180 franceses de Normandía, que es normal echarle chile en polvo a la sandía. Algunas personas mayores salen a la puerta de sus casas, a verlos pasar y saludarlos -«¡Qué bien que estéis tan animados!; sigue habiendo jóvenes buenos»-, o les preguntan antes de Misa: «¿Habéis dormido bien?»
Los pueblos abulenses de Madrigal de las Altas Torres, Arévalo y Fontiveros se unieron para acoger, el fin de semana pasado, a estos peregrinos, que en principio iban a ser más: parte de los mexicanos se quedaron en tierra por un problema con la compañía aérea, para decepción suya y del pueblo. Durante el viernes y el sábado, todos visitaron los tres pueblos, y el domingo estuvo dedicado al intercambio de cada grupo con la parroquia que los acogía y, en el caso de Fontiveros, también con la comunidad de carmelitas calzadas.
Misas bilingües

Reparto de caldereta para comer en Fontiveros
Uno de los momentos más especiales fueron las Misas conjuntas, bilingües, en las que peregrinos, voluntarios y gente local se mezclaron en los bancos, llenando como pocas veces las parroquias. Conchi, de Madrigal, comentaba sorprendida el recogimiento y la devoción de los jóvenes franceses, «cómo lo habían preparado todo, cómo cantaban de bien», y la cantidad de sacerdotes jóvenes.
Para Ángel Luis, otro gran momento fue cuando, el primer día, tras cenar unos bocadillos en la plaza de toros de Arévalo, aunque los dos países se habían sentado separados, terminaron juntos y enseñándose canciones. «Los voluntarios jóvenes estaban sorprendidísimos», y decidieron quedarse, en vez de volver al pueblo con sus amigos. «Luego me comentaban que estos jóvenes les daban mil vueltas, pasándoselo así de bien con lo más sencillo. Los jóvenes necesitan estas cosas». María Agus, una catequista, les dijo a las chicas que había tenido el año pasado «que no se lo perdieran, que no se iban a arrepentir. Hoy estaban encantadas, y se han acercado a decirme: Tenías razón, no podíamos imaginarnos algo así». El párroco de Fontiveros, don Porfi, esperaba que esta invasión fuera «un revulsivo para muchos de ellos. De hecho, ya la iniciativa de acogerlos ha logrado reunir a un grupo de chicas y algún chico, que están en contacto continuo con estos grupos; no es un espectáculo que hayan visto desde fuera».
Ángel Luis considera que otro logro ha sido prepararlo entre los tres pueblos, «porque no es que estuviera cada uno en su pueblo, sino que nos juntábamos para ayudarnos». Por ejemplo, Fontiveros, con menos de 90 habitantes, ha aportado 27 voluntarios, entre jóvenes, que acompañaban a los peregrinos, y adultos -alcaldesa incluida-, que se pasaban el día cocinando, recogiendo y limpiando. Por todo ello, al concluir la Misa del domingo, ya con sabor de despedida, Ana Velázquez, la coordinadora de todo, les agradecía «haber querido venir a los pueblos pequeños, que también son importantes para la Iglesia».
María Martínez López
Como en casa
Cuando Rufino, el alcalde de Madrigal de las Altas Torres, y María Jesús, su mujer, que hacían de guía a los peregrinos, abrieron una sala del antiguo hospital de Juan II, los peregrinos mexicanos contuvieron la respiración: la sala estaba llena de recuerdos de su tierra, fruto de los distintos hermanamientos del pueblo con localidades mexicanas. No les pillaba por sorpresa, pues estaban alojados en Madrigal, precisamente, por ser la patria chica de don Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, su Estado, y el que da nombre al Instituto y la Universidad donde estudian. «Es muy lindo encontrar todo esto aquí, y ver que es valorado. Te ayuda a apreciarlo más», comentaba una de las jóvenes. Y Moisés, un responsable, aprovechaba para ver qué souvenir faltaba: «Ya sabemos qué regalo les vamos a enviar de nuestro Instituto».
Aquesta eterna fonte
Si hay alguien siempre presente en Fontiveros, es san Juan de la Cruz, el gran místico nacido en esta pequeña localidad. «Cuando decimos el Santo, es ése; no hay otro», les explicaba Ana a los jóvenes mexicanos, al presentarles la iglesia construida donde nació. En este templo, y en la iglesia parroquial, mexicanos y franceses -y los voluntarios que estaban libres- dedicaron la mañana del sábado a un retiro sobre la mística, acompañados de don José María García Somoza, Vicario de Pastoral de Ávila. Y, como aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, el retiro no podía terminar de otra forma que con la exposición del Santísimo. «Nos vamos a Francia -agradecía el domingo el padre Didier, traductor de los franceses- llevando con nosotros a san Juan de la Cruz y su amistad».


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