Articulo integro de Ángel Luis Portillo
Para el Diario de Ávila de 2010
VINO DE MADRIGAL, DENOMINACIÓN DE HISTORIA
Si bien los posibles errores de este texto pueden serme imputados, el hecho de que este artículo salga a la luz, se debe a la insistencia de Rufino González y del periodista José Luis Robledo, que además sugirió el tema. Yo ya hace tiempo que desistí de publicar nada.
La brevedad exigida por un periódico impide que pueda extenderme en mi relato, pero no puedo por menos de citar autores y datos que ayuden a comprender la relevancia que alcanzo el viñedo de Madrigal. Sería magnífico reproducir textos y versos donde se cita nuestro vino, analizar su producción a lo largo de los siglos, relatar cómo se exportaba, las trabas impuestas, las triquiñuelas, el tráfico ilegal, la organización y control de las tabernas en cada ciudad... quizás algún día.
Que nadie interprete por este artículo que el vino de Madrigal era el único conocido y reverenciado en otros tiempos, es larga la lista de vinos que alcanzaron fama en otro tiempo, yo éste artículo lo dedico al de Madrigal y sin duda el de Madrigal tenía un lugar de honor entre ellos.
ALIMENTANDO LA CURIOSIDAD.
Cuando era niño o quizás ya un adolescente advenedizo, oí contar que en Madrigal hubo años en los que por falta de agua se utilizó mosto para confeccionar los adobes, quizás me tomaran en pelo o quizás no, pero lo cierto es que aquel relato me convenció de dos cosas, la primera de la falta de agua que se sufrió en Madrigal en determinadas épocas (ese sería un buen tema para otro artículo), y la gran producción de vino que hubo en estas tierras.
En una de mis primeras peregrinaciones a la chancillería de Valladolid, allá por los primeros años 90, en las que dedicaba las tardes a rebuscar en las bibliotecas vallisoletanas todo libro de historia en el que apareciera mencionado Madrigal, di por casualidad con la obra de Alain Huetz de Lemps (Vignobles et vins du nord-ouest de l´Espagne), no salía de mi sorpresa, y no porque el autor fuera extranjero, ya había consultado por entonces a historiadores de la talla de Eliot, Prescott, Bennasar, Parker, Linch... sino por la nacionalidad francesa del autor; en un tiempo en el que en nuestro país se había perdido en parte el orgullo por nuestros vinos y el potencial que en ellos dormía, una persona natural del país de los vinos más afamados por entonces, realizaba la más completa investigación sobre nuestros vinos. Aquel hallazgo me animo aún más por indagar la historia del vino de Madrigal.
Hoy en día, los pocos viñedos que sobreviven en mi pueblo, están incluidos y amparados por la denominación de origen Rueda, concepto este de las denominaciones de origen muy moderno, por eso es aún más sorprendente, que ya en los siglos XVI y XVII, en muchas poblaciones de España se importara vino denominándolo “vino de Madrigal”, para referirse a vino blanco de calidad, sin importar en algunos casos que ese vino procediese de otras poblaciones de la zona y no específicamente de Madrigal; incluso hoy en día se denomina como “cepa de Madrigal” la variedad de uva blanca, conocida más comúnmente como verdejo. Así pues como en tantos otros casos, todo está ya inventado, aunque nos hayamos olvidado de ello, y en un tiempo en el que no se documentaba el nacimiento de denominaciones de origen, con recogida de las firmas de los políticos de turno, el saber popular otorgaba el marchamo de calidad.
EL VINO EN LA LITERATURA
De sobra son conocidas las menciones que se hacen al vino de Madrigal en obras literarias tan universales como la Celestina (1499) y el licenciado de Vidriera (1613). Eran otros tiempos, tiempos en los que el vino formaba parte indisoluble de nuestra cultura, en el que su consumo iba unido a todas las festividades religiosas o populares, unido a los ratos de asueto y a los de trabajo. Un tiempo en el que la infinidad de bebidas con las que hoy contamos se encontraba muy limitada.
El vino era tema de debate en todas partes y un aspecto importante de la economía de las poblaciones, lo vendieran o se vieran obligados a importarlo, no es extraño pues, que en la literatura se viera reflejada la importancia de aquel preciado liquido, que saciaba gargantas y corazones. De la poesía del siglo XV he recopilado 5 composiciones anónimas donde se menciona el vino de Madrigal, pero en ese siglo también lo mencionan versos de Alfonso Álvarez de Villasindo, Fernán Manuel de Lando (cancionero de Baena), Gil Vicente, Antón de Montoro, Rodrigo de Reinosa (4 de sus obras lo mencionan); el más afamado Juan de la Encina y el aún más famoso Jorge Manrique convienen en alabar nuestros vinos. Incluso en Euskera la literatura oral de este siglo cita a nuestro vino en “Ala Zalagarda Zalagarda mala”
En el del siglo XVI encontramos la mención al vino de Madrigal en el cancionero de Pedro del Pozo y en el de Pedro de Rojas, y en otros autores como Lucas Rodríguez, Alonso del Toro, Diego Hurtado de Mendoza, Diego Sánchez de Badajoz, Pedro Liñán de Riaza, Juan de Céspedes, Diego de Llana. También en el siglo XVII perdura su fama con Esteban Marín de la Puente y en el universal Luis de Góngora.
La prosa no le va a la zaga a la poesía en cuanto a alabar las bonanzas de los caldos españoles, y el vino de Madrigal si bien aparece en la universal Celestina (1499), también lo hace en su versión en latín Pornoboscodidascalus Latinus traducida por Caspar Barthius y publicada en 1624, y Gaspar Gómez de Toledo lo hace aparecer en su tercera parte de la Celestina de 1536. Pero nuestro vino no era sólo cosa de Celestinas, el teatro y literatura del siglo XVI es prodigó en menciones a nuestros caldos: Tineraria (Torres y Naharro, 1517), Comedia Serafina (Anónima, 1521), Aquilana (Torres y Naharro, 1523), Tragedia llamada Josefina (Miguel De Carvajal, 1543), Los Coloquios (Antonio de Torquemada, 1553), Comedia Florinea (Rodríguez de Florian, 1554)... hacia 1560 se compuso el “Diálogo en alabanza de Valladolid” por Dámaso de Frías, que no se publico hasta 1919, autor mencionado en algunos libros sobre Madrigal, "Vinos los de Medina del Campo, Alaejos, Madrigal y Toro que a ninguno de los famosos deben nada en bondad" . De finales de siglo no debo dejar de citar a Juan de Espinosa “Dialogo en Laude de Mujeres” (1580), donde se hace un completísimo listado de los vinos famosos en la época, y como no, a ese misterioso Franciscano, Juan de Pineda, madrigaleño, horcajeño o medinense, pero en todo caso amante de la tierra del Tostado y de su vino, al que alaba en “Diálogos familiares de Agricultura” (1595). Freno aquí el listado de obras literarias, pues sólo su mención colmarían este artículo, pero no puede quedar en el tintero el nombre de Tirso de Molina en cuya obra “La villana Sacra” (1611), cita nuestra villa y sus vinos.
Incluso en las gramáticas nos encontramos Madrigal como fuente del preciado elixir, para Fernando Nepote el “uinum matricalense” es el mejor de los vinos, según afirma en 1485 (Materies grammaticae). También Sebastián de Covarrubias en su “Tesoro de la lengua castellana” publicado en 1611, y considerada por muchos, la mejor obra en su género entre el diccionario de Nebrija y el Diccionario de Autoridades de la Real Academia , no olvida mencionar la calidad del vino madrigaleño, aunque se decante por la figura del Tostado como la más insigne creación de nuestra tierra.
El vino antes era otra cosa, era como hoy vino, pero también era alimento y medicina, ya en 1374 “La sevillana medicina” compuesta por Juan de Aviñón, da referencias sobradas de la calidad y utilidad médica de nuestro vino, posteriormente Luis de Lobera de Ávila (Vergel de Sanidad o Banquete de nobles caballeros, 1530) y Francisco Franco (Libro de enfermedades, 1569) apuntalan las cualidades medicinales del vino madrigaleño, cualidades que cruzan fronteras dando lugar a que el alquimista y médico francés Pierre Jean Fabre le cite en su obra Myrothecium spagyricum, publicada en 1628, su fama y su recuerdo también llegan al nuevo mundo, como cuando el cronista Cieza de León, a mediados del siglo XVI, rememoraba la fama de nuestros vinos, comparándola con la fama que en el Perú alcanzo un brebaje de Chicha que se realizaba cerca de la Ciudad de los Reyes.
Son incontables, en fin, los textos de siglos pasados donde se alaba nuestro vino, como uno de los mejores del reino, Cristóbal de Villalón en su obra “El Scholástico”, 1560 se muestra como un verdadero especialista en el tema del buen beber, conocimiento que se refleja, no sólo en los privilegiados que alcanzaron las universidades y el saber de la época, sino en el pueblo común, como lo recoge Melchor Santa Cruz en su “Floresta española de apotemas o sentencias sabia y graciosamente dichas de algunos españoles” publicada en 1574, y también se ve reflejado en nuestro refranero: "Vino de Madrigal me quita todo mal", "Qué bien qué mal, pan candeal y vino de Madrigal", y si la antigüedad de estos refranes la ignoramos, nos consta en otros conocidos ya en el siglo XVI, como los recoge el gran gramático Gonzalo de Correas “A fuera, a fuera, que Madrigal no es aldea” o “Totili mundi es descomunicate preter Coca el Madrigate y otro lugate que tiene nombre de buey”
EXPORTACIÓN – IMPORTACIÓN y PROTECCIONISMO
Hoy, en un mundo donde se imponen términos como globalización y mercado común, olvidamos los fuertes aranceles y trabas que se han impuesto unos países a otros a la hora de permitir la entrada o salida de productos, es difícil imaginar un tiempo en que estas trabas eran numerosas entre los diferentes reinos de España, aun después de su “unificación” bajo una misma corona, y más difícil que imaginemos los obstáculos que se habían de salvar para sacar productos de una localidad y llevarlos a otra, pagando para ello impuestos, no ya en el punto de partida y de llegada, sino también en el trayecto (portazgo).
La literatura nos muestra que el vino de Madrigal era de sobra conocido en la península, pero los historiadores, en especial los que se han esforzado en indagar en los archivos municipales, han ido sacando a la luz referencias que dejan entrever, con más claridad, su difusión a lo largo de los tortuosos caminos de la vieja España. La calidad y especificad de nuestro vino, hizo que las ciudades ansiaran ser abastecidos de él; en puntos muy diversos de la geografía española se detecta la presencia de nuestro vino, no sólo encontramos referencias en la capitales inmediatas, también nuestro vino es muy apreciado en el norte de la península (Bilbao, Santander, Navarra... incluso a Francia). Madrid, la nueva capital del reino, también disfruta de sus propiedades, y más al sur, de donde apenas tenemos referencias, no sólo lo alaba “La Sevillana Medicina ”, sino que en los primeros años del siglo XV, contamos con referencias a su consumo durante la fiesta del Corpus Christi de Sevilla.
El vino de Madrigal no sólo traspasaba las fronteras geográficas, sino también las sociales, como vimos en la literatura era apreciado por todos los estratos de la población: en el siglo XIV se consume en la corte castellana de Enrique II, en el XV en la de Isabel la Católica , en la aragonesa de Alfonso V, o en la navarra de Carlos III el Noble. Otros personajes relevantes se lo hacían llevar allí donde vivieren, o lo cobraban como impuesto en especie (Alba de Tormes), y Madrigal lo enviaba como regalo a sus personajes (Gaspar de Quiroga, Pedro de Tapia...).
La documentación conservada en las diferentes poblaciones, aportan gran cantidad de datos sobre cómo se regía el abasto de vino, las fechas en que se permitía su entrada, cantidades, precios... no es momento aquí de entrar en pormenores, pero si me parece de interés recoger algunas características generalizadas.
Las murallas que rodeaban las ciudades se convertían en una herramienta vital para el control del comercio, utilidad y rentabilidad que permitió su conservación y mantenimiento hasta bien entrado el siglo XIX. La regulación y reglamentación, no sólo se restringía al control de la cantidad de vino que entraba en las ciudades y su procedencia, sino también a la persona que lo comercializaba y el lugar donde se consumía. En cada población el abasto del vino salía a pública subasta, eligiéndose el postor que ofrecía al ayuntamiento, las mejores condiciones y precio por la exclusividad del negocio; las tabernas eran reguladas en número y tipo de vino que en ellas se suministraba, frente a las de vino más común, al que se denominaba “vino de Compaña”(Alba de Tormes), “vino comunal o de Comparsa”(Sevilla), existían también las “tabernas de vino de calidad”, entre estas se encontraban especializadas las de vino de Madrigal. El éxito del vino de Madrigal se debe además de a su calidad a su durabilidad, a semejanza del igualmente famoso tinto de Toro, son vinos que se pueden consumir como añejos, según cuentan los antiguos expertos, más allá del quinto año.
La posesión de viñas en Madrigal, por parte de instituciones o personas afincadas en otras poblaciones, les abría la puerta de poder llevar a sus domicilios el vino que producían sus viñedos madrigaleños, aún en momentos en que aquella población tenía prohibida la entrada a esta mercancía; es de suponer que este derecho les facultaba únicamente para consumir el vino en sus domicilios, pero sin duda, como siempre que existe algún resquicio del que servirse, la picaresca sabría sacar fruto de ese derecho.... Poseían viñas en Madrigal el convento de Santa Clara de Tordesillas o el convento de San Claudio de León, y también madrigaleños como el doctor Gonzalo Fernández des Roenes y el licenciado Juan Pérez de la Fuente , que introducían el vino de Madrigal en Valladolid, donde servían como oidores de la Chancillería , en tiempos de los RR.CC.
Del mismo modo que en otras poblaciones, Madrigal tenía regulado todos los aspectos referentes al vino. Como no podía ser de otra forma, era un punto importante dentro de las ordenanzas de nuestra villa ya a finales del siglo XV: “hay ordenanza usada y guardada, que ninguno sea osado de meter ni meta vino, ni mosto, ni uva en esta dicha villa, de fuera de los términos de ella, por el gran daño y perjuicio que los vecinos de la dicha villa reciben de ello, por no haber, como no hay en ella, otro trato sino de vino que se coge en esta dicha villa y sus términos, y por otras muchas causas justas que a ello hay”. Ha pesar de estas normas son muy numerosas las denuncias que existen, entre los siglos XVI y XVIII, contra personas que meten vino sin la licencia y documentación adecuada “sin testimonio”.
También existió en Madrigal la taberna del concejo, que salía a subasta como el resto de los ramos, y de 1804 tenemos noticia de la orden del derribo de dos casillas, que se encontraban delante de los soportales de la plaza de San Nicolás, y que "regularmente han servido para el despacho de taberna de vino"
PRODUCCIÓN DE VINO.
El paisaje agrario de madrigal, hasta el siglo XVII, era muy diferente al que hoy conocemos, no me refiero a la aparición de los regadíos, introducidos ya en el siglo XX, ni a los nuevos cultivos que permitieron, sino a las amplias extensiones que ocupo el viñedo, las numerosas tierras ocupadas por guindales, y las ovejas y cabras que pastaban en los prardos comunales y en el monte del concejo (todas de lana negra a mediados del siglo XVIII); hoy la mayoría de las cepas están situadas en el paraje conocido como “las matillas”, donde ya estaban las cepas asentadas a finales del siglo XIV.
Otros nombres de parajes de la geografía madrigaleña evocan nuestro pasado vitivinícola, tales como “arroyo verdejo” o “camino de Moscatel”, y si bien no conozco datos que abalen la producción de moscatel en Madrigal, si los tengo de que en los siglos XVII y XVIII se producía vino tinto en esta villa, pero en cantidad muy inferior al blanco que la dio fama. También en el casco urbano quedo enquistada la denominación del “alto de los lagares”, lugar donde sabemos que se encontraba el lagar del convento de los agustinos.
La desaparición paulatina de las menciones al vino de Madrigal, a pesar de que nunca desapareció del todo, refleja la pérdida de importancia de este vino, al menos en lo que se refiere a su producción. No podemos asegurar, de forma concluyente, cuales fueron las causas completas de la pérdida del viñedo en Madrigal, pero si sabemos, que las epidemias que asolaron Madrigal en los años 1570 y 1599, supusieron un golpe terrible en la demografía y en la actividad económica de la villa, aunque quizás, fuera de igual o mayor relevancia lel influjo de la decadencia de las ferias de Medina del Campo, a la que se desplazaban los mercaderes madrigaleños, lo cierto, en todo caso, es que ambas villas pierden una considerable parte de su población entre principios y finales del siglo XVI frente a un general aumento de la población del reino. Los informes realizados en 1570 y 1602 nos hablan, quizás de forma algo exagerada, de una descenso brusco de la población, de campos abandonados, de calles invadidas por las hierbas, de casas apuntaladas ”con muletas”, y de manzanas completas de la villa ocupadas por ruinas y solares. El vino de Madrigal pasa a ser menos representativo, menos consumido y alabado en la literatura, paulatinamente llega el momento de Medina, Alaejos, Nava del Rey... La Seca , Rueda.
En cuanto a la producción máxima de vino que llegó a tener la villa, sólo podemos hacernos una idea por datos ya muy tardíos, y que probablemente se queden cortos frente a lo que se produjo en épocas anteriores. El dato más antiguo, anterior a las epidemias del siglo XVI, corresponde al año 1558 en que se cuantifican 1.357.312 litros de vino, tras la epidemia de 1570 tenemos un dato de 1594, en el que el vino producido se ha visto reducido a 687.400 litros, y en 1616 y 1618, tras la devastadora epidemia de 1599, la producción de vino apenas supera los 170.000 y 250.000 litros, respectivamente.
La crisis de Madrigal no se solvento con la superación de las epidemias, sino que siguió haciendo estragos en la demografía de la villa y en su producción de vino, así, a mediados del siglo XVII, el vino producido se movía en cifras cercanas a los 50.000 litros y a finales del siglo en torno a los 15.000; hemos de esperar al siglo XVIII para que población y vino vuelvan a recuperarse, aunque ni de lejos se acercasen a las cotas de la época dorada de nuestra villa. A mediados de este siglo, el vino producido se mueve en torno a los 170.000 litros, si bien los datos del catastro de la ensenada lo cifran alrededor de los 250.000; la cosa no varió significativamente a finales de este siglo ni a principios del XIX, si bien puede existir años aislados en que la producción sufra bajadas repentinas, lo cual es seguramente producto de la climatología. En cuanto a la influencia de la plaga de filoxera, que tanto daño hizo al viñedo francés y que causo estragos en algunas zonas de España (1878-1926), no se detectó en Madrigal hasta 1907 y no impidió la supervivencia de nuestra cepa. Al parecer, las zonas arenosas al sur del Duero sirvieron de frontera natural.
Ya en el siglo XX, en los años inmediatos a la guerra y durante su transcurso, la producción de vino osciló entre los 100.000 y 150.000 litros, cifra que ya nunca se alcanzaría, por los datos que tengo, tras la minúscula cosecha de 1940. De esta segunda mitad del siglo XX conocemos el proyecto de la creación de la Bodega Cooperativa Isabel y la replantación llevada a cabo en 1947 por el Grupo Sindical de colonización; la obra social de colonización estuvo también detrás de la solicitud, en 1950, de la concesión por 50 años de las Matillas, para que 300 obradas de viñedo fueran entregadas a 130 jornaleros pobres, para cumplimentar sus humildes economías.
BODEGAS
Las bodegas, es otro de los de los vestigios de nuestro pasado cosechero, aun hoy se conservan varias bodegas de tamaño considerable, dos e incluso tres largos cañones, hoy en desuso y a veces abandonados a su suerte, con sus zarceras (respiraderos) cegadas. El pasado de la mayor parte de las pequeñas bodegas es posible que no se remonte a más de 100 años, pero las grandes han convivido con la torre de San Nicolás desde mucho tiempo atrás.
La primera referencia que tenemos al número de bodegas de la villa es de 1616, año en que se visitaron más de 60 bodegas, desde entonces el número desciende con pequeños altibajos, por ejemplo en 1800 son 23 y en 1804, sin embargo, se visitaron 33.
En cuanto a los propietarios de los viñedos, siempre, desde los aforos de principios del siglo XVII y hasta bien entrado el siglo XX, fueron los más acaudalados de la villa, los labradores fuertes, ya fuesen hidalgos, pecheros o clérigos, pero mientras los aforos de vino recogen los datos de las bodegas y su contenido, siendo poco habitual que en ellas haya vino de otras personas, los datos que proporcionan los repartimientos de las alcabalas más antiguos, dibujan un paisaje diferente; en 1558, de los de los 672 vecinos que aparecen como contribuyentes (no confundir vecino con habitante), se imputa vino a 200 de ellos, a 76 por menos de 2500 litros, que bien podría caber en una sola cuba, pero el resto, hasta los 200, hace suponer que las bodegas bien debieron superar el centenar. Entre los más de 40 vecinos que superan los 10.000 litros de vino, destaca una familia de mercaderes que pagaba por 45.568 litros.
El vino puede ser considerado como fundamental en la historia de Madrigal, no podemos demostrar que el rápido crecimiento que tuvo la villa tras la repoblación y que llevó al levantamiento de sus murallas, estuvo vinculado al vino, pero los datos apuntan a que su considerable población entre los siglos XV y XVI se debió, al menos en parte, a las viñas bien ancladas a sus tierras; la enorme cantidad de personajes madrigaleños que se difundieron por todo el mundo, provenía de familias hidalgas con intereses agrarios en Madrigal, con viñedos, y con la desaparición de los viñedos emigraron éstas, y Madrigal dejo de ser renombrado simultáneamente por su vino y por sus influyentes hijos. El vino estuvo unido a la vida cotidiana, jornaleros y albañiles cobraban en esta especia parte de su soldada; el vino reconstituía, daba fuerzas y ánimos para superar la jornada. En un informe realizado sobre el estado de la villa en vísperas de la guerra de la independencia, se distinguía a los madrigaleños por “una afición extrema al vino, en que se exceden todos”.
El vino estuvo detrás de amores imposibles y de juergas nocturnas que terminaban con los mozos dormidos en la calle. El vino alegra el espíritu, suelta la lengua y saca la mejor de nuestras caras; pero también despierta nuestros más bajos instintos, estuvo presente en las broncas en las tabernas y fuera de ellas “las quimeras”, y demasiados de nuestros madrigaleños pagaron su amor al vino con una larga resaca en la cárcel, mientras otros dormían la mona eternamente, hasta no hace tanto, también esto hizo famosas a las gentes de Madrigal.
Felices fiestas, buenos vinos y mejores caras.
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