30 nov 2016

¡Por la princesa doña Isabel!

¡Por la princesa doña Isabel!

Ilustración: Susana Saura
Ilustración: Susana Saura

  • Isabel I fue proclamada reina en Segovia en 1474


Su hermano Enrique IV quiso mucho más a Segovia que ella, pero Isabel I, la Católica, siempre estará en nuestra memoria porque aquí, en la antigua iglesia de San Miguel, fue proclamada reina de Castilla, con todo lo que este hecho supuso para la posterior configuración de la nación española.
Nació Isabel en 1451 en Madrigal de las Altas Torres. Hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, apenas tenía tres años cuando su hermano Enrique subió al trono. En 1468, presionado por una parte de la nobleza, Enrique IV la reconoció como heredera, en virtud del Tratado de los Toros de Guisando, decisión que privaba de los derechos sucesorios a su propia hija, la princesa Juana, apodada la Beltraneja por suponérsele hija de Enrique Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque. Solo un año después, la flamante princesa de Asturias se casó con el príncipe Fernando, primogénito de Juan II de Aragón; lo hizo en secreto, para burlar la vigilancia de su hermano, interesado en que contrajera matrimonio con Alfonso V de Portugal. Cuando el rey se enteró, decidió despojarla de su condición de heredera y rehabilitar los derechos de la Beltraneja.
El 13 de diciembre de 1474, el Concejo segoviano, que como cada martes se hallaba reunido en la tribuna de la iglesia de San Miguel, recibía la noticia de la muerte del rey. Alfonso de Quintanilla y Juan Díaz de Alcocer, mensajeros de la princesa, comparecieron ante el Concejo para darle la noticia y pedir al mismo tiempo que la ciudad de Segovia recibiera a Isabel por heredera de los reinos de Castilla y de León. Allí estaban Rodrigo de Ulloa y Garci-Franco, del consejo de Enrique IV, que fueron quienes trasladaron a la princesa la nueva del fallecimiento de su hermano. Según la crónica de Pedro García de la Torre, rescatada por Mariano Grau ya en el siglo XX, la proclamación de Isabel, que se encontraba en Segovia, debió de producirse la tarde del mismo 13 de diciembre, después de que en el atrio de la iglesia de San Miguel se alzara el cadalso donde la princesa iba a ser jurada: «Castilla, Castilla, Castilla, por la muy alta e muy poderosa princesa e señora, nuestra señora la reyna doña Isabel e por el muy alto e muy poderoso príncipe, rey e señor, nuestro señor el rey don Fernando como su legítimo marido».
La guerra civil estaba servida. Una parte de la alta nobleza, apoyada por Portugal, reconoció a la Beltraneja como legítima heredera, pero Fernando asumió el mando militar del partido isabelino y su intervención en la batalla de Toro (1476) resultó decisiva para decantar la contienda a favor de su esposa.
Lo ocurrido después es muy conocido. El reinado de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, entraña luces y sombras. Los soberanos sanearon la hacienda pública gracias a un estricto sistema fiscal, incentivaron el comercio de la lana y tuvieron una participación eficaz en la guerra de Granada, que conllevó la conquista del reino nazarí, último bastión musulmán en la península. No obstante, sus mayores logros fueron confiar en Cristóbal Colón para respaldar económicamente la expedición que culminaría con el descubrimiento de América (1492) y la unificación de los reinos hispanos bajo una sola corona. Pero Isabel y Fernando también serán recordados por su intolerancia religiosa. Los Reyes Católicos impulsaron la reforma de la Iglesia, alentaron la implantación de la Inquisición –tribunal encargado de velar por la ortodoxia católica–, promulgaron la expulsión de los judíos y apoyaron la intransigente política del cardenal Cisneros frente a los musulmanes de Granada. El trato que los monarcas dispensaron a Segovia tampoco fue bueno. Isabel no correspondió a la fidelidad que el pueblo segoviano siempre le guardó, pues enajenó de su territorio el sexmo de Valdemoro y parte del de Casarrubios, medida que suscitó graves alborotos en la ciudad, así como pleitos y protestas que colearon durante muchos años.
Amargada por las desgracias de sus hijos (Juan murió en 1497 e Isabel, en 1498, y Juana, que acabaría accediendo al trono, daba muestras de demencia), murió el 26 de noviembre de 1504, en Medina del Campo, después de haber ido abandonando sucesivamente los asuntos del gobierno.

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