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29 jul 2015

Santa Teresa no comió ceniza

Santa Teresa no comió ceniza

  • José Jiménez Lozano y Teófanes Egido escriben «ficciones verdaderas» y verdades probadas en ‘Sobre Teresa de Jesús’, libro que publica la Junta


    • libro que publica la Junta

     
    Esa mujer lleva décadas en las biografías de Jiménez Lozano y de Teófanes Egido. Aambos les ha hecho reír, pensar, pararse, como si de una relación de «parentesco» se tratara. Uno la frecuentó como lector y colega de escritura, el otro como historiador que acabó siendo el gran especialista en el ‘pleito de hidalguía de los Cepeda’, la prueba de ‘El linaje judeoconverso de Santa Teresa’.
    Su largo trato con la «monjuela» se ha destilado en un libro que aúna el «relato literario» de Lozano y un «ensayo histórico», de Egido. El animador del volumen fue Agustín García Simón, editor de la Junta, quien superó los «cabeceos» de ambos.
    ‘Precauciones con Teresa’ es el cuento de Jiménez Lozano, en el que vuelve a hacer uso de «su gran sentido histórico», dice Teófanes, y habla con la voz de un relator del Santo Oficio, Pedro Ruiz de los Yébenes. Este escribano tiene que hacer un informe de lo «ve y oye» sobre Teresa, a quien le unen lazos familiares y mira con simpatía.
    Acostumbrado a meterse en el lenguaje del XVI, tanto como en el bíblico, es fácil olvidar que quien escribe es coetáneo del lector. «Para hacer una novela histórica, tienes que haber vivido en ese ambiente desde hace tiempo. Por ejemplo cuando escribía ‘Sara de Ur’, yo no sabía cómo se llamaban las plantas ni los azulejos. Luego lo busqué en los auxiliares de la Biblia. Si no lo hubiera hecho, en la narración sobre esa mujer no judía, casada con un jeque que cuidaba ovejas y se reía del faraón, hubiera aparecido Alcazarén. Cuando escribo no leo, luego resuelvo esos problemas. Lo importante es coger el aire, que el hilo esté bien», dice quien ha demostrado en ‘El mudejarillo’ o ‘Las gallinas del licenciado’ el resultado de ese proceso. «Como soy escritor puedo permitirme jugar con la historia, aunque luego sale alguien de Estados Unidos y se enfada porque un personaje no es real, pero lo parece, y mira que doy pistas. Faltaría más que no pudiera inventar».
    El escritor cuenta lo que ha resuelto Teófanes en su ensayo ‘Una mirada histórica’. «Este hombre nos explica por qué nos han hecho una Teresa que no es verdad». Jiménez Lozano recuerda cómo de pequeño, le decían en Ávila «‘cómetelo, que Santa Teresa comió ceniza’. Y claro que no comió ceniza pero aún me conmueve esa imagen».
    Las «ficciones verdaderas» del literato beben y acompañan a la historia que teje el indagador de archivos y documentos. Y es que, dice Teófanes, que «la historia no son solo datos, sino sensibilidad, ser capaz de sintonizar con la honda de ese momento. Lo de Pepe tiene un gran sentido histórico, como la ‘Guía espiritual’, no está al alcance de todo el mundo hacer eso».
    Suplementos del alma
    En el caso de Teresa, el catedrático emérito de Historia Moderna considera que «ha sido secuestrada por espiritualistas anacrónicos». Frente a la fascinación de los estudiosos por «lo que está fuera de nuestro alcance, la teología mística», el cronista de Valladolid escruta la materialidad que rodea a la religiosa. «Es lo único que sabemos, no se puede ir más allá», afirma quien describe carros y arquitecturas, libros y usos del correo en el siglo XVI.
    La mujer excepcional que se atreve con dos «imperdonables: los libros y los hombres doctores» procede de una familia donde hay «amor y cariño. Eso que nos parece natural hoy, no lo era tanto entonces. En aquella sociedad no se celebraban los niños, mucho menos las niñas. No se lloraba su muerte. En su familia había ternura, se querían, quizá por esa condición de judeoconversos tendían a replegarse sobre sí. Es importante la historia de los sentimientos».
    En ese hogar, «por el que quizá se arruinó su padre Don Alonso queriendo vivir como un hidalgo, pasa su infancia lectora con la complicidad de su hermano Rodrigo, con el que quiere ir a Jerusalén para lograr la santidad tras un martirio a manos de los moros», sigue Teófanes. Ríe Lozano recordando que «los tenía justo debajo de su casa». Luego leerá «las caballerías, social y moralmente vedadas». Vuelve a apuntar Pepe, «eso hace que algo sea verdadero, ese suplemento del alma que ha desaparecido. Como cuando éramos pequeños y ya sabíamos que no vendrían los Reyes pero los esperábamos porque una fantasía así llena la vida. Como un marxista que conocí, que se decía ateo pero que hacía ciertas caridades porque tenía esperanza de que si existía Dios, las tendría en cuenta. ¿Qué más fe que la esperanza?».
    Teresa vivió con la sombra inquisitorial tras de sí. El trabajo de Egido da las razones, pero al igual que el relator, hubo quienes pudiéndola condenar, la dejaron pasar. «Me da igual que me fusile un conde o un obrero, lo que no quiero es que fusilen», asegura Lozano, para seguir denunciando la barbarie, «la Inquisición fue un horror, no tenían corazón. Sin embargo, hay un inquisidor general, Gaspar de Quiroga –longevo por el agua que bebía, dicen– que debía tener mano izquierda. Salvó a Fray Luis, que desesperaba a sus carceleros a quienes pedía dar testimonio cada día a la hora de la siesta, diciéndole que con que callara bastaba». Teófanes recuerda los ‘deslices’ del inquisidor: «Tuvo en sus manos el ‘Libro de la vida’ de Teresa, y lo salvó».
    La mujer que no quiso ser doña, la que escribió «muchas cartas deprisa» –decenas a su ‘Senequita’, San Juan de la Cruz– y «libros despacio», la que recibió el regalo de una docena de gallinas y murió cuando intentaba atender el deseo de una parturienta, «tiene cosas soberanas», dice Lozano, «te hacen pensar y sientes un parentesco». Teófanes recomienda su biografía, «interesante para cualquiera», mientras Lozano le propone un reto: «¿Cómo pudo ser ateo el teatro del Siglo de Oro?». Quizá, próximo libro juntos
    fuente El Norte de Castilla

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