21 ene 2014

Tata Vasco

German Martinez Cazares / Divulgar a Tata Vasco


GERMÁN MARTÍNEZ CÁZARES / Publicada el 20/01/2014 04:45:34 a.m.

Entre bloqueos, secuestros, extorsiones y descabezados, los impulsos vitales de Michoacán aún lentos y quizá aturdidos, parecen despertar.

La esperanza no viene de los políticos, algunos buitres sin compasión dispuestos a devorar cadáveres, aficionados al cruel certamen de salpicarse con sangre. ¿A dónde conduce el encono político? El PAN sueña ver rodar la cabeza de Vallejo, el PRI la de Cocoa Calderón, y el PRD el río revuelto para regresar al poder. Entretanto los malhechores "templarios", "autodefensas" o funcionarios del cualquier gobierno intimidan a su antojo. En Michoacán el crimen está aderezado de hipocresía. El equipo del presidente Peña no reconocerá el arrojo y sinceridad de la lucha contra la delincuencia de Felipe Calderón, y los simpatizantes de éste, tampoco aceptarán sus equívocos, ni moverán un dedo para apoyar. Todos al destripamiento ajeno.

Nadie reivindica una regeneración moral, no se escucha proponer un nuevo código de conducta, ni menos una reeducación en valores. El origen de la tragedia michoacana está en la enseñanza ética. Si antes la educación se prostituyó, ¿cuál es la sorpresa en alquilar gobiernos? Si las escuelas normales son nidos de fechorías, ¿esperábamos fructifique el civismo en las aulas públicas? Cuando un profesor encabeza a la delincuencia, ¿pedimos peras de moral, al olmo podrido de la enseñanza pública michoacana?

Sin embargo, hay alguien que sí abrazó su deber con la trasformación desde la raíz. Escuchó víctimas, está cerca de la gente, consoló deudos, denunció, e incluso recientemente salió a mostrar su preocupación y marchó en las calles de Morelia: Alberto Suárez Inda, arzobispo de la capital michoacana.

Monseñor Suárez Inda, consciente de las reservas valiosas de futuro en Michoacán, quiere convertir en santo a Vasco de Quiroga. Mañana martes a las seis de la tarde, en la Catedral de Morelia, se realizará un acto jurídico trascendental: la clausura del proceso diocesano para esa canonización; es decir, Morelia terminó su labor de indagar la vida del primer obispo de Michoacán, protector de los indígenas y fundador del Colegio de San Nicolás. Ahora mandará a Roma el expediente para solicitar, formalmente, elevar a los altares a Don Vasco.

Michoacán necesita hoy lo que Tata Vasco significó ayer: sentido de comunidad, respeto a las instituciones y gobiernos, aprecio a la ley, orden, defensa de la dignidad humana y combate a la esclavitud (ahora de las drogas). Además, Michoacán reclama sanar heridas, curar miedos, generar confianza, abrir caminos a la concordia.

Atender el dolor debería ser la tarea vertebral de un gobierno. Michoacán demanda, como recordó el historiador Rafael Estrada Michel a propósito de Don Vasco, "los remedios propios de un hospital". Y ¿quién mejor que Quiroga, creador de los pueblos-hospitales de San Fe, verdaderos centros de armonía, esfuerzo y cooperación, para dar testimonio de una paz posible en Michoacán?

Quiroga resumió su misión alrededor del lago de Pátzcuaro con estas palabras: "que ninguno padezca". Ganar la batalla al sufrimiento reclama conquistar conciencias, no sólo usar eficientemente la fuerza pública. Y la conciencia no es un juez egoísta, ni ornamento de sacristía o secreto de confesionario, es mensajero intelectual, personal y vital que en Michoacán pocos cuidaron.

No propongo un Estado sobre las conciencias, ni un gobierno religioso, pero desde la sinceridad intelectual no se puede negar, y menos de la mano de Tata Vasco, la utilidad social de una recta conciencia.

Recordar y divulgar las virtudes heroicas de Don Vasco ayudará aunque los resultados parezcan lejanos. El delito encuentra terreno fértil cuando se quiebra la conciencia personal (religiosa o no), para juzgar a los actos propios sin respeto a la vida y dignidad del prójimo.

Michoacán pronto saldrá del infortunio. Volverá a ser apacible. "Hay tanto y tan buen metal de gente en esta tierra", decía Don Vasco de los michoacanos, que su ejemplo nos condena al optimismo.

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